Por: Jorge Peñuela
Fecha: julio 8, 2016
La política en la curaduría de la 9 Bienal de Berlín 2016
Recientemente, la revista digital Hyperallergic divulga un sentido artículo firmado por el crítico de arte Dorian Batycka acerca de la 9 Bienal de Berlín (9BB). Con nostalgia, el autor recuerda dos aspectos relevantes de las versiones anteriores de la Bienal germana. En primer lugar, señala el énfasis especial que hace este evento en la actualidad social y política contemporáneas. En segundo lugar, resalta la percepción de la opinión pública según la cual, Europa reconoce en la Bienal el evento político más importante del arte contemporáneo.
Teniendo en cuenta que en Colombia, el arte político es una etiqueta efectiva para situar y vender artefactos suntuarios a consumidores obsesivos con las Ferias de Vanidades, es oportuno pensar y formular algunas preguntas en relación con el arte político, contemporáneo o comercial: ¿desde dónde se enuncia y cómo opera globalmente el llamado arte político-comercial? ¿Quién es el dueño de la regla que visibiliza ante los mercados de élite a los artistas del llamado arte político? ¿A quién pertenece la mano invisible que ordena su empoderamiento estético?
La respuesta a las anteriores preguntas es una verdad de Perogrullo. Por lo menos desde 1989, tanto en Europa como en Colombia, los curadores conminan a los artistas a depotenciar la realidad y abordar estéticamente los problemas ideológicos agendados en los medios de comunicación por parte del naciente régimen global. El curador se presenta o es presentado por el Mercado Global como cocreador de la obra de arte contemporánea. La práctica colectiva entre artistas y curadores es aquella que recibe el nombre de arte político, un arte maquinado a cuatro, a seis o a ocho manos. Recientemente, esta comunidad recibe el encargo de mostrar el catastrofismo que acontece con las políticas sociales que intentan cuestionar las políticas neoliberales.
El régimen curatorial muestra la emergencia del arte distópico en aquellos lugares en donde nada puede ser peor. Este trabajo en común entre curador y artista se vuelve relevante para los Estados neoliberales sólo porque tiene gran acogida dentro de los grandes coleccionistas de arte contemporáneo, o entre la historia crítica de arte, contratada y puesta al servicio de la industria global responsable de la producción de servidumbres planetarias inéditas. Otro tipo de comunidades de expresión no tiene acogida en los espacios de circulación creados para acentuar el sentimiento de catástrofe con el cual se alimenta y sostiene el neoliberalismo. Este Régimen global ama la conmoción pues a ella le debe su subsistencia. Veda sus espacios a los artistas que se localizan por fuera de sus discursos feriales y se placen en el arte político catastrófico, contemporáneo o comercial. Recordemos que de Colombia, sólo Antanas Mockus fue invitado para la versión 7 de la Bienal de Berlín y Beatriz González para la 8.
Localizados dentro de la precariedad crítica colombiana es importante preguntar, en el caso de estos dos artistas políticos antes mencionados, o políticos presentados por el Régimen como artistas, ¿por qué los respectivos curadores de BB los consideran tan importantes, como referentes de actualidad social y política colombianas? ¿Sólo porque son artistas o políticos comerciales? La historia débil que registra las cuitas del arte colombiano no se piensa, no se arriesga a pensar en esta fisura que se abre a los pies de los artistas con la etiqueta arte político. El miedo devora el alma, decía poéticamente Fassbinder a sus coetáneos germanos. En general, la historia del arte localizada en su propia precariedad conceptual no suele pensar. No es difícil demostrar esta afirmación. Allí donde se piensa se localizan rupturas, pero, desde hace cien años, todo funciona perfectamente dentro de la historia del arte colombiano. Este discurso es dispositivo aristocrático maquinado para cegar o silenciar todo intento de ruptura con las ideologías neoconservadoras dominantes.
El equipo curatorial de 9BB lo conforman el colectivo DIS: Lauren Boyle, Solomon Chase, Marco Roso y David Toro. Allí donde los curadores se presentan como zona DIS, en algunos espacios locales los artistas se presentan bajo la modalidad Trans. DIS es un colectivo que estudia la actualidad localizándose dentro de las nuevas prácticas artísticas y políticas que emergen dentro de una era DIStópica, en la era del consumo radical que pone a su servicio la revolución digital. Batycka le censura a los curadores su lugar de enunciación, pues, lo considera vacuo e irrelevante, ajeno al sentir de una actualidad catastrófica. Todo intento de afectar críticamente al Régimen Global activa el programa mediático de catastrofismo, receta que se formula globalmente, lo mismo en Grecia, que en Venezuela, Brasil o Gran Bretaña. En opinión de Batycka, 9BB no constituye nada serio o relevante para el arte contemporáneo porque no aborda los problemas que están reconfigurando Europa, a saber y entre otros tópicos, la crisis de refugiados, la expansión y fortalecimiento del partido de ultraderecha Alternative für Deutschland, el Brexit, el neolibealismo, las políticas económicas de austeridad, la precariedad laboral, o la privatización del arte, la cultura y la educación.
Sin duda alguna, las problemáticas mencionadas tienen apercollados a millones de hombres y mujeres a lo largo y ancho del planeta. Sin embargo, localizados en Colombia, respecto a este memorial de agravios estéticos se debe preguntar a Batycka: ¿el arte politizado debe cumplir estrictamente esta agenda artística que hasta el día de hoy no aporta nada interesante a la compresión de estos fenómenos de servidumbre contemporánea? ¿El arte politizado debe resignarse a ser un apéndice dentro de los diagnósticos de Catástrofe Global? ¿El arte político no es aquel que piensa desde sí mismo la realidad, y en la distancia propia de todo pensamiento ensaya persistentemente múltiples estrategias de transfiguración colectiva? ¿El compromiso ideológico que Batycka reclama al Colectivo DIS es un compromiso con la agenda de la mano invisible que controla la opinión política de Europa amedrentada con todo tipo de anuncios de catástrofes milenaristas?
Al parecer el colectivo DIS aborda su compromiso político desde una aparente frivolidad, desde las vitrinas relucientes del Mundo Libre, afirma Batycka. Recurriendo a los protocolos más radicales de propaganda mercantil, DIS muestra en carne propia y de manera descarnada —cínica— las prácticas consumistas en las cuales Occidente está infinitamente inmerso. DIS saca al frente la banalidad del arte político y del arte contemporáneo en general; y, lo más importante, muestra ejemplarmente las virtudes de los hombres y las mujeres contemporáneas dentro de las sociedades neoliberales, a saber, el esnobismo artístico y estético, la traición a los idearios de igualdad, libertad y solidaridad, la crueldad de su ética globalizada, y la hipocresía de las clases dirigentes.[1] ¿Es esta crítica velada, artística, la responsable del malestar del crítico de Hyperallergic? Luciendo provocadoramente sobre sus cuerpos camisetas impresas con estampas de aquellos teóricos de moda en los medios masivos de comunicación, en segundo plano los curadores muestran la fatuidad de los artistas políticos cuando durante sus exposiciones usan graciosas camisetas con nombres de filósofos políticos como Slavoj Zizek, Jacques Rancière, Toni Negri o Alain Badiou, entre muchos otros teóricos postmarxistas. Este segundo plano en el cual DIS se localiza parece escapársele al crítico de Hyperallergic.
El artículo de Batycka es importante para comprender la actualidad colombiana. En especial, porque pone el dedo en la llaga del aún no conceptualizado arte político, contemporáneo o comercial, expresiones que puestas en conjunto configuran la misma servidumbre artística al curador de arte. En la actualidad, pocos ignoran que el llamado arte politizado por las Galerías, en verdad no es político porque carece de una comprensión independiente de lo real político. Algunos investigadores independientes como Guillermo Villamizar, muestran que sólo es arte cínico, que sus agentes se lucran de los recursos económicos con que se financian las ideologías en boga en Colombia. Desde esta perspectiva, las propuestas de los artistas políticos son solo artilugios diseñados para que los espectadores interactúen con ellos haciéndose pequeñas selfies, masturbándose dulcemente en público. BB9 tiene instalada una escultura de Beyonce en donde los consumidores de espectáculos de arte político, contemporáneo o comercial pueden hacerse una dulce selfie, echarse una pajita al aire.
[1] Para una comprensión de las virtudes de la aristocracia mercantil que gobierna el planeta, cf. Shklar, Judith, (1990). Vicios ordinarios. México: F.C.E.
Fotografías: cortesía de 9 Bienal de Berlin a Hyperallergic.