Por: Jorge Peñuela
Fecha: diciembre 18, 2013
Eclosión de la primavera del arte colombiano en el siglo XXI
Algunos internautas han planteado reservas respecto a las últimas publicaciones de Liberatorio en facebook, unos de manera expresa, otros silenciosamente. Se quejan de que la sensibilidad política debe dejarse al margen del pensamiento artístico, abogan por la radicalización de la brecha entre arte y política. Algunos argumentan que el arte es sólo arte y debe seguir siendo arte a espaldas de la actualidad. Tienen razón, si entieden por arte una entidad transcendental, una realidad por fuera del mundo en que hombres y mujeres se relacionan para garantizarse mutuamente la igualdad y la libertad. Tienen razón si la actividad artística como la producción de obras bellas en tiempos con certidumbres discursivas. Sin embargo, ante la irrupción de un acontecimiento, en tiempos inciertos, el arte queda fulminado por el vigor de la actualidad. En este instante de conmoción social, cultural y política, los artistas deben tener el coraje de reconfigurar su manera de ser, hacer y pensar. Cuando lo que cuenta es la verdad, los artistas toman la palabra y responden al llamado que aquella les hace.
La queja de quienes desconfían de la actualidad, tiene tres siglos de antigüedad y obliga a plantear varias preguntas: cuándo un acontecimiento atraviesa un lienzo bellamente acabado, ¿hacia dónde debe el artista volver su mirada? ¿Debe continuar con sus ejercicios de yoga o asomarse a lo real que lo convoca? ¿Debe mirar hacia los pacíficos escombros del pasado amados por los neoconservadores, o hacia la intensidad del presente que amenaza cegarlo? ¿Debe volverse hacia la actualidad impura, como exigen los modernos en su debate con los antiguos? Hasta nuestros días, la modernidad se debate entre estos dos horizontes de comprensión. El artista se ubica en ese entre, en ese borde en que antigüedad y modernidad se combaten mutua y pugnazmente, pero prolíficamente. El pasado viernes 13 de diciembre de 2013 pudimos apreciar ese borde, encontramos en la Plaza de Bolívar a algunos de los artistas que pueden ser considerados la primavera del arte contemporáneo: Fernando Pertúz, Camilo Ordoñez, José Orlando Salgado, Ana María Villate, Juan David Laserna, Ricardo Muñoz, Carlos Aguirre, Liliana Caycedo, junto con críticos como Ricardo Arcos, historiadores como María Sol Barón y curadores como Emilio Tarazona. Si nos preguntan en dónde podemos apreciar la primavera del arte colombiano en el siglo XXI, recomendamos mirar es esta dirección. Allí no hay ventas ni mercados, ni divas ni ferias. Hay ideas en acción dentro de espacios públicos que es necesario potenciar. Así era el arte griego en la época de su esplendor, cuando todavía no había arte.
En la plataforma facebook, contrario a este tipo de acciones encontramos a Dimo García. Se trata de uno de los artistas que integran el grupo Anti-Duchamp. A pesar de que García sabe pintar espléndidamente, él es uno de sus animadores más entusiastas y quizá el mejor preparado teóricamente. En aquel espacio, unos artistas hacen resistencia a las perversiones gestuales a las cuales da lugar el Imperio del Concepto, el cual fue implementado exitosamente en los países latinoamericanos, pueblos altamente sensibles a las imágenes artísticas. Como algunos otros artistas escépticos con la realidad conceptualizada y la actualidad política ideologizada, García propone aprovechar la reciente coyuntura de la Primavera de la Plaza de Bolívar, y nos invita, por una parte, a relacionar y repensar la dictadura estética padecida por el arte colombiano que quiere ser visual sin más arandelas teóricas o conceptualistas, y por otra parte, nos invita a reivindicar las condiciones artísticas y culturales de producción, es decir, salirnos del paradigma del espectador-consumidor y regresar al paradigma del artista como productor de imaginarios. García propone mantener y reforzar la resistencia de la imagen latina al concepto anglosajón que los gestores colombianos le han sobreimpuesto.
Desde otro flanco, los “artistas políticos” critican a los artistas que dejan el arte en sus talleres y deciden ponerse al lado de los ciudadanos y las ciudadanas que comienzan a modelar un orden social y artístico diferente. Paradójicamente, como Platón, los “artistas políticos” colombianos nunca se les ve en la calle reivindicando en la realidad real los derechos de aquellos a quienes dicen darles la voz. Su “política” es una “política” de Museo. Su política está enmarcada en sus “cuadros”, asunto de por sí legítimo. Los “artistas políticos” colombianos temen al otro, se horrorizan con el olor de sus cuerpos, desconfían de la actualidad real que traen consigo; por ejemplo, el movimiento La dignidad papera muestra en qué consiste un acontecimiento de sentido. Algunos “artistas políticos” suponen que la actualidad los engañará y les impedirá ser iguales en la libertad universal prometida a las almas bellas del parnaso neoliberal conceptual. Muchos se resisten a creer que sólo mediante una comprensión de las impurezas que eclosionan y se visibilizan en toda actualidad, se puede realizar la igualdad de la libertad real, la que se pone en práctica en cada uno de los actos realizados por hombres y mujeres.
Es oportuno preguntar: si se niega la actualidad a la cual algunos artistas han respondido, ¿cómo se puede hablar de “lo contemporáneo” que muchos de los artistas puristas critican, algunos de ellos afincados en el grupo Anti-Duchamp? ¿Queremos hablarle a los artistas capturados por la ideología de la contemporaneidad mercantil, o a quienes comparten una estética que no tiene ya mayor discusión, que no merece una controversia crítica seria? En efecto, hay obras bellas y eternas, ¿pero hay en ellas algo más que su belleza infinita, ensimismada y absurda? ¿No es más interesante dirigirnos a quienes todavía no comparten ningún credo? ¡Hasta el bello arte inactual necesita de una comprensión de la contemporaneidad! Es más, la inactualidad es una condición que debe buscar todo artista amante de la belleza, pero para ello se debe comprender qué es lo contemporáneo, de otra manera la belleza no genera diferencia. Belleza y diferencia andan una al lado de la otra. Como los “artistas políticos”, el grupo Anti-duchamp cae en la inconsistencia de criticar aquello que no comprende porque se niega a verlo.
Consistente con su credo artístico, Dimo García es un crítico acérrimo del paradigma que Jaime Cerón consolida en los Salones Inter.. Plantea que sería interesante establecer una analogía entre los sucesos que dieron contexto al primer Salón Inter, y aquellos otros en que se encarnan las doctrinas actuales del Procurador de General de la Nación. Este estudio puede aportar algunas luces a los dos campos, el conformado por los funcionarios del Estado y el modelado por los artistas.
Así como tenemos un Estado gerencial que tiene una economía puesta al servicio y lucro de unos pocos, lo mismo se aprecia en el campo del arte colombiano. De la misma manera que el régimen del Estado neoliberal excluye a quienes demandan inclusión social y política, del mismo modo el Estado estético excluye a quienes plantean un orden artístico diferente al angloamericano. El Estado tiene su ministro de finanzas, y el ministerio de cultura tiene su gerente de artes. Ambos son una necesidad. El error consiste en creer que la gerencia de una empresa está en capacidad de dirigir el horizonte de un campo que se orienta por las ideas de igualdad y libertad. Los gerentes son mayordomos, no tienen ideas, tienen intereses e ideologías comerciales. Una ideología es una idea pervertida, desangrada por los vampiros del mercado, cosificada por los traficantes de bienes suntuarios, y por ello mismo carece de actualidad, no tiene legitimidad política, es decir, aquella decisión que establece cómo se ubican los sujetos hablantes en el lenguaje con el cual se modela los restos de mundo que nos quedan. El contexto que modela el Estado neoliberal y el Estado estético colombianos, refuerza en sus tutelados la misma intuición: sólo unos pocos elegidos pueden producir riqueza, material en el primer caso, y de pensamiento en el segundo.
Es fácil apreciar en la Primavera de la Plaza de Bolívar de Bogotá, el problema actual que padece Colombia. Lo inquietante no es tanto que se le imponga un sanbenito al ciudadano Gustavo Petro, que se le margine, se le obligue a quedar por fuera de la sociedad, sino que el Estado de Los Pocos, siga reduciendo las diferencias políticas y artísticas a un credo medieval. Este credo establece que Dios distribuyó el mundo entre señores y siervos, entre seres de buen gusto conceptual y sonámbulos condenados a deambular de performance en perfomance por el mundo interpretado por los señores del mercado. Algunos internautas lo mecionan en las redes sociales: la modernidad que reivindican algunos teoestetas contemporáneos es medieval: sus puntos y líneas sublimes, son solo una máscara para embelezar incautos y someterlos a una voluntad infinita ajena a ellos: el mercado. Por supuesto, esta reducción social y económica tiene sus efectos en el campo de las artes, en Colombia, un campo cerrado, sin renovación discursiva autónoma, sin ideas, ensimismado en los esnobismos sublimes en que se esconden sus mercancías culturales; un campo conformado por un conjunto sofisticado de actores que quieren ser, o estadounidenses o ciudadanos de la Tate Modern, de la misma manera que los ucranianos contemporáneos quieren ser europeos, a pesar de que ellos saben de antemano que allí no se les tratará como iguales sino como servidores de los intereses ideológicos de Europa. Acontecimientos como el que comentamos, ponen a prueba todas nuestras creencias estéticas, de ahí que se considere inapropiado pensar que los artistas puristas pueden dar un portazo a la actualidad. Lo pueden dar, pero dicha acción tiene un precio: quedarse sin sustancia, dejar su pensamiento sin sentido, sin realidad real. El pensamiento ama la actualidad, allí, en un instante, aquél se manifiesta, llega como un relámpago, y se marcha fugazmente. Quienes alcanzan a captar su luz, la aprovechan en favor del modelaje de un espacio igualitario, quienes se niegan esta oportunidad, no tienen otro destino que seguir esperando a Godot, o buscando el absurdo de la mercancía artística.
En los años treinta del siglo XX, Walter Benjamin anuncia la condición de la contemporaneidad (2012). El artista es un productor de lenguajes, no un consumidor de ideologías, así la primera actitud nos demande esfuerzos ingentes. Así el destino del artista contemporáneo sea convertirse en ávido consumidor de discursos europeizantes y de las lisonjas palaciegas de sus criticados, estos breves instantes en que acontece el relámpago de igualdad y libertad son memorables. Ante el peso envolvente de las fuerzas que se detonan en una actualidad, hay momentos críticos en los cuales las artes deben repensarse, refundirse unas con otras, transformarse, o si no, quedan condenadas a desaparecer en el infierno de las mercancías suntuarias. Esto sucede con los artistas comerciales, eufemísticamente llamados “artistas políticos”: ellos, como muchos ciudadanos y ciudadanas colombianas, no se enteran de la Primavera de la Plaza de Bolívar de Bogotá. Para estos artistas platónicos, estas acciones no existen, son sólo apariencias creadas por hechiceros que quieren pervertir la Arcadia en donde nacieron. No es excusa alguna defenderse con el argumento ingenuo de que los medios de comunicación nos roban la experiencia o nos ocultan la realidad real, aquello que hemos llamado actualidad. Sólo los artistas Pop se limitaron a tomar a la realidad mediática como fuente de realidad real. No tenían otra cosa a la cual aferrarse. Habían sido encerrados por los señores del mercado en la ideología alambrada del sueño americano: el consumo por el consumo. Cuando llega el momento, el artista debe mirar de frente aquello que los medios paternal o perversamente velan. ¿Cómo se sabe que el momento ha llegado? Cuando, cogidos de la mano, vemos a miles de hombres y mujeres dirigirse cantando hacia un mismo punto, cuando todos y todas comparten la diversidad que promete una situación en que se evidencia igualdad y libertad.
Feliz año 2014 a todos y todas, y gracias por su compañía durante la frustada eclosión de la Primavera del arte colombiano en el siglo XXI.
Fotografías: cortesía del artista y fotógrafo Ricardo Muñoz.
BIBLIOGRAFÍA:
Benjamin, Walter (2012). Escritos políticos. Madrid: Abada editores.