Por: Jorge Peñuela
Fecha: marzo 22, 2011
Rosario López: vacío de 359°
Con la exposición de Rosario López en la Galería Santa Fe, la ciudadanía bogotana comienza a recapitular las ideas estéticas formuladas en los proyectos más sobresalientes mostrados hasta ahora. Sólo nos resta apreciar el trabajo de Nelson Vergara para saber cuál de los artistas nominados debe ser distinguido con este estímulo a las artes nacionales. Aún así, los administradores del premio no se han molestado por satisfacer las demandas que hemos realizado algunos ciudadanos, para saber oportunamente quiénes serán en definitiva los lectores nombrados para otorgar este incentivo financiado con los recursos fiscales de los contribuyentes del Distrito Capital. Tampoco muestran interés por escuchar o indagar qué esperan los artistas y la ciudadanía bogotana para el mejoramiento logístico de este evento.
Dos requisitos previos deben satisfacer previamente los nominados al premio Luis Caballero. Comprender el lenguaje encarnado en la estructura de la Galería Santa Fe y dialogar con ella usando el lenguaje del arte contemporáneo. Estos propósitos no son un asunto fácil de solventar para ninguno de los nominados, en todas las versiones anteriores. En la IV versión del premio, sin duda, la propuesta de Edgar Guzmánruiz logró dialogar cómodamente con el entorno arquitectónico. Generó en el espectador un desequilibrio temporal que fue dirigido hacia su sistema perceptivo, hacia sus facultades cognitivas, para que lograra descubrirse como el nuevo protagonista de la experiencia estética. Como es sabido, este fue el paso que dieron algunos artistas estadounidenses a partir de los años sesenta en el siglo XX, con el propósito de distanciarse de la marginalidad estética que preconizaban los expresionistas abstractos.
Los artistas minimalistas exploraron caminos alternativos para recuperar la práctica artística como experiencia auténtica, como una renovación de nuestros modos de interpretar la realidad. No obstante, sus críticas a los expresionistas abstractos sirvieron principalmente para consolidar el canon Greenberg. Son los artistas posminimalistas los que sientan las bases del arte contemporáneo, al comprender claramente que no era suficiente generar un espectador interactivo abstracto en una época sacudida por diversas problemáticas sociales y políticas. Los posminimalistas comprendieron la debilidad de sus mentores, por lo tanto, aterrizaron al espectador abstracto que construyeron los minimalistas en un contexto social y político concreto; lo convirtieron en ciudadano con características específicas: hombre blanco solvente, mujer negra marginada, hombre homosexual judicializado, mujer heterosexual limitada, hombre indígena segregado, entre otras relaciones de existencia.
Después de haber buscado e intervenido de manera incesante lugares alternativos a los institucionalizados por el régimen económico, adecuados para rememorar los orígenes míticos de la humanidad; después de explorar futuros destinos turísticos para experienciar el tiempo de manera originaria –lejos de todo condicionamiento cultural–, los artistas contemporáneos decidieron regresar a la polis para enfrentar las problemáticas sociales y políticas que habían evadido por el hastío que conlleva el sedentarismo extremo que promueven los regímenes contemporáneos. Guzmánruiz no dio este último paso y la distinción a la que aspiraba legítimamente tuvo que esperar para otra oportunidad.
Rosario López ha comprendido a cabalidad la propuesta de los artistas minimalistas y se apropió con eficiencia los recursos técnicos que implementaron, en especial la matematización, la objetivización y la expansión del espacio pictórico. Dada su formación posgradual, varios pueden ser sus referentes históricos. El gusto por la forma posiblemente lo ha captado de Richard Serra; la atracción por los paisajes prehistóricos, alejados de la mano del diablo, la debió aprender de Richard Long y Walter de María; es probable que el amor por el dibujo se lo haya sugerido Sol Levitt. Si estas consideraciones no tienen fundamento, la artista tiene una asignatura pendiente. No creo que ésta sea su situación.
Más que escultora o instaladora, fotógrafa o pintora, López orienta su pensamiento por medio del dibujo. Quizá intuitivamente sigue las huellas de Levitt y la exploración de los artistas pitagóricos que a comienzos de los años sesenta del siglo pasado estaban convencidos de que la naturaleza estaba escrita en caracteres matemáticos. Intervino la galería Santa Fe con dos líneas elípticas y fracturó con ellas radicalmente su estructura. Generó cuatro continentes a través de los cuales el espectador realiza el ejercicio de transitar de uno al otro tomando conciencia de sí mismo y experienciando en cuatro momentos del tiempo fragmentado. La experiencia es táctil, sonora y visual.
López logró generar incertidumbre en la percepción del espectador e introducir sus emociones como parte fundamental de su proyecto, de la misma manera que lo plantearon algunos minimalistas; por ejemplo, Richard Serra. La experiencia de ingreso a la Galería Santa Fe se puede comparar con la entrada a algunas de las esculturas de Serra en el Museo Guggenheim de Bilbao. La experiencia temporal sin referentes claros para orientarnos en el desplazamiento es inédita; desconcierta y modifica nuestra relación temporal en el espacio.
El dibujo trazado puede pasar por desapercibido, pues hemos perdido la sensibilidad por la forma que caracterizó al hombre hasta épocas recientes. Además, la artista lo camufla con otras líneas de la construcción intervenida. Allí donde el espectador desprevenido ve sólo un muro, el ojo experimentado aprecia un paisaje abstracto en estos trazos elípticos. Un horizonte es fragmentado arbitrariamente por la artista con el propósito de afectar el sistema perceptivo del espectador.
Sin duda, las elipses que laceran el tiempo de la Galería, dinamizan el espacio y estimulan al espectador a explorarlo, a experienciar unas sensaciones que la artista vivenció en su estadía en el Salar de Uyuni, Bolivia, la República que tiene como presidente actualmente a un hombre de ascendencia indígena. El paisaje del cual la artista realiza una mímesis moderada, es sobrecogedor e imponente para un ojo educado por los grandes maestros del pasado; no obstante, es pobre en señales de libertad para quienes tienen que padecerlo in situ. Con su dibujo López da cuenta del primer aspecto, pero deja en el olvido al hombre que debe ganarse su sustento en medio de tanta soledad, abandono y marginalidad. El paisaje es desprovisto de historias, de huella humana.
La traducción es una transacción entre lenguajes diferentes. La abstracción en López es la traducción de un lenguaje orgánico a uno libertario, artístico. La artista moviliza con eficacia sus recursos técnicos y los apoyos artesanales necesarios que esta acción requiere. Puebla sus cuatro continentes con materiales trabajados artesanal e industrialmente. Del suroriental surge un territorio modelado y dibujado con papel de lija, el cual, al ser pisado nos genera la sensación de estar en un territorio no familiar, inseguro, desestructurador. Intuimos este estado porque lo podemos ver reflejado en unas fotografías que expanden el paisaje dibujado en el relieve.
Cuando pasamos al continente suroccidental y lo recorremos, oímos sonidos efervescentes traídos del salar de Uyuni. Nos dan la sensación de vida en proceso de ebullición, a punto de generar alguna transmutación en las materias que allí se mesclan permanentemente y amenazan devorarnos. Seguimos al tercer continente y esta vez nuestra vista se dirige al techo de la Galería. Pasamos por debajo de un tejido trenzado con fibra orgánica, el cual hace mímesis de la fragmentación modular que padece el salar. (Recordamos aquí la importancia de la modulación y la serialidad para los artistas minimalistas. Walter de María tiene una imagen similar). Llegamos al sector nororiental. Allí empotrado en la pared, encontramos una estructura de acero en forma de mapamundi en la cual se ha dibujado la misma marca molecular que identifica al salar. Por supuesto, el espectador tiene la libertad de realizar el recorrido de varias maneras.
La propuesta de López se sostiene dentro de estos parámetros de austeridad minimalista acabados de esbozar; pierde importancia cuando la relacionamos con su hipótesis de los 359°, que a nadie interesa, porque la mayoría no la comprendemos, o, simplemente porque nos negamos a relacionar la experiencia en la Galería con una idea rebuscada, algo trivial para el arte contemporáneo, preocupado por traducir al lenguaje de las artes asuntos de interés social y político. Noto que poco a poco una idea se apodera de la imaginación de los artistas contemporáneos. La necesidad de entablillar el pensamiento plástico con teorías sociales, políticas, o prácticas de para-investigación. Olvidan que lo suyo es realizar traducciones de la realidad que les interesa, pensando con cuidado el cómo para revelar el quién del mundo contemporáneo.
Instalación es un término-cajón inapropiado e innoble para hablar del trabajo delicado de Rosario López. Es más apropiado hablar de dibujo en campo expandido. Las luces proyectadas sobre el trenzado orgánico y sobre la retícula de acero, proyectan los dos dibujos, realizados por artesanos, a otras zonas de la Galería, tal como Lewitt proyectaba y traducía sus dibujos a diferentes campos. López piensa con cuidado los medios adecuados para traducir su experiencia estética en un campo expandido. El cómo salta a la vista con virtuosismo, aunque no despierta mayor entusiasmo por su compromiso con una estética superada. No es suficiente este logro para una propuesta contemporánea. Junto al cómo debe mostrarse el quién. El cómo es la forma que nos abre las puertas de la comprensión del quiénes somos los hombres y las mujeres contemporáneos. Debe revelar cuáles son nuestras angustias y nuestros padecimientos. Por lo menos, el quién debe mostrar a la mujer, no sólo a la artista sino a la mujer ciudadana.
El cuidadoso cómo del cual se valió López para traducir su experiencia en el salar de Uyuni, no nos revela quién es este pueblo que tiene que padecer cotidianamente un paisaje que nos quita el aliento a los citadinos embrutecidos con hormigón –la cuestionada, con razón, experiencia estética–. Ni siquiera como subtexto, se hace alusión a las necesidades del país más pobre de Suramérica; han quedado enterradas las luchas políticas, las esperanzas y frustraciones de los hombres y mujeres que son sacrificados por soñar con la libertad. La renombrada escuela de la Higuera no queda muy lejos del salar de Uyuni. La artista parece no estar enterada de este siniestro; al igual que los minimalistas, es ciega a las historias que modelan nuestra experiencia del mundo en Suramérica. Si el cómo que exploró López no nos develó el pueblo por el cual muestra un interés abstracto, tampoco nos muestra quién es ella.
El artista contemporáneo sabe que la exploración de estos paisajes apabullantes, todavía es legítima. No obstante, no debe olvidar que sus viajes no pueden generar la más mínima suspicacia en los ciudadanos y ciudadanas a quienes se destinan sus ideas; éstos no deben sospechar que sus correrías sean un destino turístico más para el artista, como cualquier otro balneario de élite. Allí a dónde va el artista contemporáneo, debe manifestarse expresamente su pensamiento como canto a la libertad, un canto que tiene el propósito de refrendar permanentemente su vocación. Los versos de Nabucco en la voz de Nana Mouskouri lo expresan con claridad meridiana:
Cuando cantas yo canto con tu libertad
Cuando lloras también lloro tu pena
Cuando tiemblas yo rezo por tu libertad
Del trabajo de López no podemos inferir si en el salar de Uyuni sus habitantes cantan su libertad o lamentan su ausencia. Este sueño del cual hablan estos versos es el ideal que marca el destino de la humanidad, especialmente el de sus artistas.
Buen trabajo el de Rosario López. Tiene la sensibilidad y el apoyo eficiente de recursos técnicos para abordar otros paisajes, por ejemplo los paisajes violentos de nuestro país, en especial los que han configurado sus mujeres violentadas. Aquí no puedo olvidar la historia de otro paisaje salado, narrada recientemente por la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación; la historia de Neivis Arrieta, mujer empalada por los genitales –se sospecha que en estado de embarazo– en la Plaza Pública de El Salado, ante toda la comunidad, con fanfarria y gran despliegue de tamboras. No puedo olvidar este paisaje prehistórico incrustado con violencia en la contemporaneidad, aquello que se narra allí sobre unas mujeres colombianas: «la mayoría de mujeres ejecutadas en la plaza pública, de manera similar a los hombres, fueron golpeadas, amarradas con cuerdas y apuñaladas, pero hubo un énfasis en la sexualidad cuando los paramilitares se refirieron a ellas, pues sus insultos y sus gritos se centraron en la vida íntima que compartían con los «enemigos»» (CNRR, Grupo de Memoria Histórica, 2009: 89). Con seguridad, Rosario López aceptará el reto posminimalista y en el futuro sus cantos temblarán por la libertad de muchas de sus conciudadanas. Esa es nuestra esperanza. Poder elaborar la vergüenza de este pasado tan vergonzoso para el pueblo colombiano.
BIBLIOGRAFÍA:
CNRR, Grupo de Memoria Histórica. (2009) La masacre de El Salado, Esa Guerra no era nuestra. Colombia: Ediciones Semana.