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Oscar Salamanca en las fronteras de ser otros-otras

Las virtudes políticas instauradas por el neoliberalismo, son la traición, la hipocresía, el esnobismo y la crueldad. El arte contemporáneo responde a este paisaje propio del tiburón sensible. En principio, estas  son las virtudes que vemos en algunas de las puestas en escena en el VIII Premio Luis Caballero. Esta  conjunción de sensaciones, sentimientos y emociones –arte traicionado, hipocresía burocrática, esnobismo conceptual y crueldad artística—, anuncia la catástrofe de una existencia sin arte ni artistas. ¿Cómo escribir la cruda actualidad si no hay nada sentido con verdad acerca de lo cual escribir? Con la muerte de la escritura una vez más desaparece el hombre, dicho en sentido ontológico. 

En medio de la agonía del arte contemporáneo, Oscar Salamanca se fuga a la frontera y desde allí comienza su lucha contra dos totalitarismos. Por un lado, cuestiona la dictadura de la burbuja aristocrática, y, por el otro, mira con escepticismo las miserias del populismo. Da la impresión de saber que desde el Centro Aristocrático del Arte no se puede ver nada. Tiene claro que los artistas siempre fracasan porque sólo les gusta lo que ellos hacen, por ello mismo, ahora fracasan mejor, como diría Juan Fernando Cáceres. Se fracasa mejor escribiendo la historia del arte, haciendo crítica de arte y administrando recursos estatales. 

Salamanca no vende sonrisas a domicilio. Comprende que así los artistas de Centro crean que ven algo, en verdad sabe que el artista contemporáneo es ciego al sentido. Salamanca es un artista para el sentido. Puede estar dentro del selecto grupo de Centro, pero sus propuestas recientes muestran que no se sentiría cómodo ahí, sometido a la lógica de los señores del mercado. 

 

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