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El Farenheit de Carol Young en el último Luis Caballero

Bogotá no cree en lágrimas. Ni más faltaba. El premio Luis Caballero se extingue; superando a  Pedro, todos aquellos a quienes cobijó con su sombra, lo han negado más de tres veces.

Poco a poco vemos borrarse las huellas que muchos artistas colombianos dejaron en las estancias de la Galería Santa Fe. Carol Young es una de las últimas artistas que aceptó el reto de pensar su concepto: el espacio como origen de la vida del espíritu y de  todo pensamiento artístico; también como característica principal del arte contemporáneo. Memorias y taxonomías del vacío  es el nombre con el cual la artista se aventuró a articular sus ideas. No sobra recordar que las ortopedias discursivas han hecho que muchos artistas contemporáneos olviden que sin aventura no existe acontecimiento en el arte. En efecto, sin un sentido de aventura es imposible pensar otro orden diferente a aquel que nos seduce y oprime permanentemente.
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El proyecto de Young consiste en una instalación cerámica  desdoblada en dos sentidos. Del sector norte, un mesón surge de la penumbra para seguir  respetuosamente la línea que impone el dibujo del muro oriental de la Galería Santa Fe. Sobre él, un conjunto de cerámicas fueron dispuestas; sus  diversas formas  evocan recipientes blandos que poco a poco fueron perdiendo su condición de tales porque extraviaron su contenido; los recipientes de Young claman por unas manos que intenten darle sentido a las últimas huellas imperceptibles al ojo sensible, que allí resisten la acción disolvente del frenesí mediático de nuestros días. Por otro lado, a lo largo del muro del sector sur de la Galería, la artista erigió un pedestal de 1.50 metros en el cual instaló un grupo de cerámicas  con formas alargadas y  envolventes, todas ellas replegadas sobre sí mismas, como el último estertor de una cultura venida a menos.
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El repliegue de estas cerámicas nos sugiere una antítesis respecto al grupo dispuesto en el sector norte, separado y relacionado por un panel alto, ligeramente curvado y  ubicado en el centro de la Galería. La antítesis es aparente, pues, después de habernos tomado el tiempo necesario que exigen las ideas de Young para su comprensión, entendemos de qué asunto podría  tratarse en aquello que lucha por  hacerse presente en las cerámicas: el hombre contemporáneo perdió su capacidad de hacerse presente a su presente. Es un hombre sin presente porque carece de signos que le permitan asirlo. El hombre y la mujer de nuestros días son tabula rasa: somos incapaces de configurar una realidad con sentido más allá de lo convenido. Somos un pasado: vivimos en nuestros museos ideológicos. Las cerámicas de Young evocan el sinsentido en que exultantemente erra el mundo contemporáneo.
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La instalación de Young nos hace recordar que hace 45 años François Truffaut llevó al cine una historia de Ray Bradbury. Una sociedad avanzada, feliz porque sus autoridades la dispensaron del tortuoso hábito de sentir para pensar. Para favorecer la incultura visual de sus habitantes, dispusieron recoger todos los textos escritos con el propósito de ser incinerados. La premonición de Bradbury se quedó corta. Hoy, nos muestra Young, ni siquiera podemos ver  imágenes porque no tenemos tiempo de sentirlas. Tampoco las imágenes lograron soportar el vértigo de los tiempos. Todo lo que podemos leer son textos en blanco. Simular lecturas de signos blanqueados se convirtió en el arte del régimen de los Ídolos del Teatro, como los llamó Bacon, el filósofo.
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Memorias y taxonomías del vacío es un título que no logra intimar con los elementos de la instalación, ni con las imágenes que ésta evoca en el espectador. Mirar nuestro presente desde la memoria tiene un riesgo que hoy queremos evitar. Podemos quedar atrapados en las ideologías agazapadas en los discuros, las cuales se han apropiado de las memorias de nuestra época. Este discurso de la memoria ya no tiene la potencia de iluminar el horror de la contemporaneidad. Para escapar de la ideología hegemónica, el artista debe hacer a un lado la memoria colonizada mediante la cual se le ordena recrear a los individuos solitarios del planeta. Un texto de Ana María Lozano acompaña el ejercicio plástico de Young, pero no es suficiente para  desbloquear el sentido perdido, pero aún presente en las cerámicas. La belleza flaquea ante la erudición. No obstante la inadecuación de lo estético con respecto a lo artístico, la instalación tiene varios méritos que es importante destacar. La artista no se deja amedrentar por la belleza de las líneas que articulan el  espacio dibujado en la Galería. No le teme a la belleza del dibujo que piensa e interviene con delicadeza. Young logra que la belleza se vuelva a manifestar en la Galería Santa Fe. Me atrevería a afirmar que  aún tiene fe en la Gracia, pese a que esta palabra fue borrada en todos los diccionarios de arte contemporáneo. Young logra sacar el sonido que acompaña al vacío que acontece en toda epifanía, en toda manifestación de verdad. El vacío silenciado por la barahúnda contemporánea adquiere presencia es sus cerámicas.
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La propuesta de Young tiene otro mérito: no es pretensiosa. No cae en la trampa que los esnobistas han construido para capturar artistas incautos. No simula la inteligencia formal, hueca y libresca, de la cual se vanaglorian algunos críticos de arte, y que algunos artistas no cesan de replicar; aunque quizá le esté dando demasiado crédito a una crítica de arte inexistente en Colombia, y quizá la tempestad que azota con violencia al arte contemporáneo viene de otro lado: el artista no es el esnobista de este paseo. Desde un no saber, nos dice Agamben, el artista debe sacar lo contemporáneo de su indeterminación, pero sólo lo puede hacer mediante el recurso de una instancia conceptual o histórica que no petrifique la inocencia del presente. La cerámica como recurso técnico logra convocar lo contemporáneo. No obstante, en el caso de Young, lo contemporáneo no se hizo presente, se le intimidó, quizá porque el dispositivo que se utilizó muestra todavía muchos compromisos con un formalismo al cual no se le hacen preguntas, al cual no se le impide falsificar la inocencia de lo real con imposturas teóricas y plásticas. Nuestra contemporaneidad no se deja comprender mediante ortopedias discursivas o plásticas.
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Fotografías de Ricardo Muñoz

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