Por: Jorge Peñuela
Fecha: julio 6, 2013
El gran colombiano del arte contemporáneo
El texto de Lucas Ospina que comento a continuación tiene forma plástica. Las ideas allí expresadas ponen en marcha un proyecto de creación, así este surja en medio del fango del mercado contemporáneo. El texto contiene información histórica, algo de crítica, algo de lúdica, cualidades que ameritan un ejercicio crítico serio. Cualquier crítica no es adecuada a las verdades sin forma que se asoman en las ideas del artista.
Sorprende ver cómo un artista tan sagaz como Lucas Ospina cayó en las arenas movedizas activadas por el mercado del arte local. Ospina hace parte del grupo de artistas que quedaron atrapados en la agenda que el mercado de bienes suntuarios le diseñó al Estado y a los artistas colombianos. En lugar de preguntar cómo se gestó este proyecto ominoso del Gran Colombiano del arte contemporáneo, en lugar de investigar quién lo encargó, en lugar cuestionar quién lo financió, en lugar de analizar la metodología empleada, se dedica a justificar la lista negra del arte nacional, como la denominé oportunamente en Liberatorio. La justificación que modela Ospina tiene un propósito: limpiarse un poco la cara. No obstante, con el respeto que me inspiran algunas de sus obras, esta no es la manera adecuada de quedar bien con todo el mundo. Debe elegir entre el mercado y el arte. Esta línea debe ser clara para todos y todas aquellas a las cuales llegan sus ideas.
Lucas Ospina tiene que emanciparse de la ideología historicista de Beatriz González. No es que el pasado sea de poca utilidad. El punto es otro: la actualidad colombiana es compleja y dispar, por lo tanto, el artista debe atreverse a ser contemporáneo con los hombres y mujeres actuales y no coquetear ni con la burocracia estatal ni con el mercado. Ospina no sólo es artista, crítico y curador. También es un académico, es decir, guía de una juventud que confía en su saber y en sus juicios. Por ello mismo, está obligado a pensar la coyuntura política y económica que está transformando las prácticas artísticas colombianas. Debería cuestionar sin ningún tipo de ambigüedades la voluntad de usura que motivó la encuesta y el diletantismo con el cual algunos recibieron la consigna que divulgó la Silla Vacía. La investigación histórica del presente no se le puede encargar a un encuestador, así la historia sea algo que hoy se compre a diario, o se le encargue a un reality. La historia del presente merece otro tratamiento. La historia del presente es muy importante para dejársela a los historiadores del mercado.
Las notas de Ospina tienen mérito plástico. En el fondo, no se lo cree. Se mira a sí mismo y se pregunta si es verdad aquello que cantan las sirenas del mercado. Debe insistir en este ejercicio para salir del atolladero al cual se dejó arrastrar, no sin placer. Escuchar a los amigos y a las amigas para contrastar lo dicho por el Oráculo de Silla Vacía, no es de ayuda. Las lisonjas no ayudan a superar los quebrantos de salud. Aquellos que saben que la lista de la SV es un exabrupto, los cuales son muchos, no están interesados en esta discusión. Una forma de lavar la cara, es dar por terminada la construcción de este políptico mercantil tan oprobioso para su imaginación.