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“Estaba predestinada a ser una gran señora”: Ana Mercedes Hoyos ( q.e.p.d.).

Muere una artista. Sin excepción, la prensa colombiana registra ampliamente la muerte de Ana Mercedes Hoyos. Así lo imaginarios que trajo a la presencia perduren en el tiempo, se lamenta su ausencia espacial. Con justa razón: la muerte enaltece al ser humano en su conjunto de emociones, creencias e ideas. Quien pasa esta prueba final, trasciende el reino de la individualidad. Pasan la prueba fatal aquellos y aquellas que dedican su vida a pensar una diferencia potente, capaz ella  de abrir un abismo del cual emerja un lugar   en donde  las voces de los hombres y las mujeres  acontezcan en toda su verdad. Las pluralidades de  voces es  el acontecimiento mismo de la belleza en sus múltiples verdades. Con sinceridad, acompañamos a los deudos de la artista y celebramos el reconocimiento que recibe por parte de un pais que no logra sintonizarse con sus artistas.

La prensa comenta y celebra la amplía y exitosa trayectoria de Ana Mercedes Hoyos. Sin embargo, para pocos es un secreto que la muerte de un artista aumenta la plusvalía de su pensamiento,  beneficia comercialmente a los coleccionistas de su obra. Esta condición real que afecta el pensamiento de un artista, nos obliga a ser cautos en la expresión de cada uno de los pésames que se ponen en circulación, ya sean estos estéticos, sociales o artísticos. Ser cauto quiere decir meditar. Meditar quiere decir cuidar la palabra que  muestra nuestros gestos.

Pese a la controversia que genera su obra, Hoyos queda definitivamente  inscrita en un campo que ella misma lapidariamente denomina como un campo “brutal”. La artista sabía de qué hablaba y, por lo tanto, debemos creerle: el mundo de los artistas no es el mejor de los mundos, no es el mundo en el cual quisiéramos estar con quienes más amamos. Estas sentencias publicadas en el periódico El Tiempo se pueden considerar como el epitafio no sólo de  la obra de Hoyos. El recuento histórico de su vida artística, también nos anuncia la muerte de una estética, de una manera de relacionarse con el mundo. Con Hoyos muere algo más. En algunos momentos de la historia, se debe tener el coraje de reiterar aquello que lúcidamente expresó un teórico del pasado: «en lo que a nosotros respecta, el arte es un pasado». Mediante esta actitud, el artista actual se resiste a ser parte del ancien régimen, opresivo por  definición, y decide  orientar las espacializaciones de su pensamiento de manera diferente, más acá de los protocolos que el mercado establece  a la belleza de los gestos de Hoyos.

La muerte de Hoyos invita a varias acciones. En primer lugar nos exhorta a  preguntarnos una vez más qué es la belleza. ¿Es la apariencia captada por el ojo de la artista? ¿Es la frialdad estética, el cálculo social, la reserva racial,  la indiferencia ética con la cual la artista modela sus personajes de ficción? ¿Los personajes que modela la artista reivindican alguna verdad? ¿La artista abre a sus personajes  un espacio para la igualdad y  la libertad reales? En segundo lugar,  la muerte de Hoyos nos compele a meditar acerca de las prácticas mediante las cuales los artistas encuentran su diferencia en la actualidad. Inmersos como estamos en lo real comercial, ¿es un crimen  hacerle un lugar en el gesto artístico  al instante fugaz en que acontece la belleza? ¿Es posible desligar la belleza del lastre del adorno?  ¿Todo adorno es delito?

Finalmente, nos asalta una pregunta: pese a todas las evidencias en contrario, ¿algún día se dirá que  la obra de Ana Mercedes Hoyos es racista? ¿En qué sentido lo es?

Fotografía: periódico El Tiempo.
Texto de Ana Mercedes Hoyos en:
http://www.eltiempo.com/entretenimiento/arte-y-teatro/una-artista-fuera-de-serie-la-feria-del-arte/14496139

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