Por: Miriam Seco
Fecha: febrero 20, 2014
Continúa el debate acerca de la gala del arte español en España
Miguel Cereceda se convirtió, la semana pasada, en uno de los personajes más solitarios –por no decir más patéticos- del arte español de la última década. De manera directa o indirecta, explícita o implícita, de frente o por la espalda ¡qué raro!, un gran consenso intergeneracional habló y cuchicheó sobre la penosa gala que el IAC (Instituto de arte contemporáneo), en compañía de MAV (Mujeres en las Artes Visuales) y la Asociación de coleccionistas 9915, organizó el pasado 14 de febrero en el Auditorio 400 del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. Días antes del acontecimiento se pudieron escuchar y leer algunas voces críticas, algunas posiciones adversas y algunas oposiciones explícitas a un evento de semejantes características (http://www.elconfidencial.com/cultura/2014-02-13/los-goya-del-arte-arrancan-con-escandalo_88516/). Uno de los galardonados, Valentín Roma, llegó a declinar el “Premio/Reconocimiento” al mejor comisariado y negó su asistencia a la gala con una respuesta suficientemente cruda: “No pretendo hacer el payaso”. Sin embargo, Miguel Cereceda, como presidente del IAC, se mantuvo firme en su convicción de que el evento resultaba necesario; el arte español, insistía, necesita un encuentro capaz de generar cercanía con la sociedad, un evento (televisivo, claro está) al estilo de los Goya (como si estos no fuesen ya un sucedáneo penoso de otro penoso espectáculo).
Pocos días después, el tiempo le dio la razón a los escépticos y la certeza a todas aquellas que estábamos completamente en desacuerdo con semejante sinsentido; algunas, por cierto, sumidas literalmente en un pasmo catatónico por la deriva de un arte español que está asimilando la crisis económica de un modo delirante. Si la tensión a lo largo de la gala resultó incómoda (los chistes malos no fueron lo único que nos exigió frotar nuestras nalgas contra el asiento) el consenso a la salida, en persona y a través de las redes sociales virtuales, resultó prácticamente unánime: aquello había resultado lastimoso (http://www.elconfidencial.com/cultura/2014-02-15/la-verguenza-ajena-toma-el-museo-reina-sofia_89639/). Las miradas de reojo confirmaban la evidencia. ¿A quién se le había ocurrido semejante gilipollez? ¿Cómo era posible organizar un evento tan casposo, tan pretencioso y, sobre todo, ¡malditxs!, tan poco gracioso? Si al menos nos hubiésemos echado unas risas, otro gallo cantaría ¿no es cierto? En el ambiente ya se cocía un sacrificio basado en chistes fáciles, críticas mordaces y gestos de una evidente crueldad. El culpable ya estaba sobre el cadalso; en realidad, toda la gala representó la marcha fúnebre de su ascenso hacia lo alto del mismo: Miguel Cereceda debía y tenía que ser desollado vivo, despellejado y expuesto como el gran culpable de una imagen, la del arte español, que quedaba mejor cuando resultaba invisible que ahora, una vez que, gracias a su labor, había adquirido cierta “notoriedad”. Ya lo decía Groucho Marx: “Es mejor estar callado y parecer tonto que hablar y confirmarlo”.
Una vez más, ahorrémonos las obviedades, la imagen del chivo expiatorio; alguien sobre quien amontonar toda la caca para que, puesta en marcha la ignición, todos los demás queden, quedemos, purificados. La vieja historia. La de siempre.
Efectivamente, Miguel Cereceda se ha convertido en los últimos días –y aunque él mismo tratase, en un gesto, éste sí, inaceptable, de “echarle la culpa” a Topacio Fresh, a partir de una supuesta defensa trans (Miguel, no te excedas)- en uno de los personajes más solitarios del arte español de la última década. Ahora bien, resulta obligatorio reconocer que, a diferencia de lo que opina la inmensa mayoría (como María Virginia Jaua, por ejemplo), no lo ha sido tanto por haber organizado un evento que nunca debería haber tenido lugar (un cabeza de turco perfecto, como algunos meses antes lo fuera, en sus propias manos y en las de tantos otros, Manuel de Oliveira), sino por un motivo un pelín más complejo. Si Miguel Cereceda se ha convertido, en estos últimos días, como digo, en un personaje patético (y aquí dejo claro que utilizo patético también en el sentido de aquel que es capaz de generar empatía), es porque se ha expuesto públicamente como el verdadero “mediador evanescente” del arte contemporáneo español, es decir, como un personaje profundamente necesario para que determinadas condiciones históricas, en este caso pertenecientes al mundo artístico, hiciesen evidente su lugar, su posición y su Verdad.
Slavoj Zizek escribió hace algún tiempo que Forrest Gump ejercía, a la perfección, ese papel del mediador evanescente al que me acabo de hacer referencia: “Recordemos –razonaba Zizek- el personaje de Gump, ese perfecto “mediador evanescente”, el exacto opuesto del Maestro (el que registra simbólicamente un acontecimiento nombrándolo, inscribiéndolo en el Gran Otro): Gump es el espectador inocente que, sin hacer más que lo que hace, provoca cambios de proporciones históricas”. No hay duda de que Miguel Cereceda -Maestro universitario de Estética, según me cuentan- encarna a la perfección, en esta turbulenta historia, el mismo lugar que aquel triste muchacho de Greenbow, Alabama. Aunque algunos -a base de críticas, chistes jocosos, sonrisas maliciosas o diatribas torquemadianas- quieran ocultar esta evidencia echándole a él, literalmente, toda la basura encima, lo cierto es que Cereceda no es el verdadero responsable de semejante desaguisado. No importa tampoco que él quiera decirnos que sí lo es (en una suerte de purificación por auto-escarnio). Cereceda tan sólo es un pequeño instrumento, un pequeño utensilio, pretencioso si se quiere, pero un utensilio al fin y al cabo, de un engranaje que no es otro que el avance/astucia mismo/a de la Razón de “nuestro” arte contemporáneo.
Con “su” gala, al igual que la gente del MACBA con la suya -como él ha recordado con gran acierto- Miguel Cereceda ha permitido sacar a la superficie lo que en realidad representa una parte importante de la élite del arte español contemporáneo (entre ellos, o a la cabeza, la élite económica de los ricos coleccionistas, claro está). Los elegidos. Las estrellas. El top del top. Los 400. Todos esos, todas esas y todxs esxs que ahora, de un modo u otro, quieren alejarse del lodazal de semejante fiasco. No es otro el gran logro que el presidente del IAC, el crítico de carácter político –incluso subversivo- que siempre nos quiso vender que era (ay de aquellos que fueron vapuleados en las páginas del ABC por ser “artistas complacientes”) ha conseguido. Cereceda ha logrado desenmascarar, desde dentro, el núcleo pútrido de gran parte del arte español actual. Porque había 400 elegidos que, digan lo que digan, se pongan como se pongan, asistieron (o apoyaron escribiendo que les encantaba la idea o su nominación), como buenos estrategas, para ver cómo se desarrollaban los acontecimientos. La historia de siempre: si la cosa va bien, aquí estoy, si va mal, me desmarco. Como dirían los viejos punkis: Puaj!!
Y entre toda esa pestilencia, a la que se podría desenmascarar paso a paso, nombre a nombre, allí estaba, encogido de hombros y con cara de póquer, el gran Leónidas al que María Virginia Jaua quiere excusar, ese gran mentiroso que ha demostrado ser Manuel Borja-Villel: un izquierdista encerrado en un gran sarcófago rojo; pero no rojo por su ideología, claro está, tampoco por decisión de Jean Nouvel, sino por quien, ya saben, paga las facturas –a costa de los desahuciados, obviamente- (más de un millón y medio de euros en concreto) para que diga y escriba cosas como: “nos guste o no, la cultura de la subvención (¿de la subversión?) se ha acabado”. Un Borja-Villel (a quien nadie menciona) que pensó, probablemente, que aquello de la Gala a lo mejor tendría algo que ver con la patraña de Salvador Dalí, y que de ese modo quizá volvería a hacer una buena caja. Y cerca de él estaban, también mezclados en un totum revolutum, muchos de los innumerables nominados, casi tantos como profesionales del arte existen –qué locura-, y, claro, también los premiados o sus representantes, haciendo chistes jocosos con los que pretendían escurrir el bulto y distanciarse de la mierda en la que ya estaban enfangados: “Que premio tan pesado” (Joao Fernandes).
Y entonces llegaron los verdaderos chistes a la salida, los comentarios maliciosos y las intervenciones en las redes sociales incidiendo en la culpabilidad única de alguien a quien poder hundir “para que todo siga igual”, para que, a base de escurrir el bulto hacia un único culpable, el lugar de cada cual en la gran pocilga que el arte elitista (o gran parte del mismo) representa, quede perfumado. Fue Nietzsche, dicen, quien escribió aquello de “El desierto crece”, algo que llevó a Nacho Criado a reflexionar sobre “La voz que clama en el desierto”. Hoy, más abyectos que nihilistas, podríamos escribir: “La mierda crece” y otro buen artista podría pensar: “La voz que se atraganta entre la mierda”.
A modo de coda
1. Algunos faltaron a la gala, como el ministro Wert. Obsesionado quizá con eso de que la gala era una copia de los Goya en miniatura pensó que también allí le abuchearían. Se ve que no le habían informado de que ya le había bajado el IVA al sector y que, por tanto, como máximo habría un gran silencio en el auditorio, o quizá, con un poquito de suerte, algún aplauso que otro.
2. Del patrocinio del evento por parte de seguros médicos privados en un Madrid que ha luchado con coraje contra la privatización sanitaria mejor ni hablamos, ¿verdad?
Señor Cereceda…
…en cualquier caso no se sofoque usted demasiado. Como gran mediador evanescente nos ha permitido ver, asumir y constatar algunas cuestiones importantes. Su labor ha sido necesaria (aunque a muchos, lógicamente, les moleste). Y recuerde que junto a usted, aunque ahora quieran hacerse los locos, estaban Jenny, Bubba, el teniente Dann, y tantos más (algunos de esos que hoy blanden antorchas para que no se los reconozca como parte del sarao enfermo de nuestro sentido de la cultura). Y no olvide tampoco que, en su papel, basta con ponerse en pie frente a la tumba y decir aquello de “Ha sido un fiasco (te echo de menos)… Jenny”, para que la lágrima y el moquillo caigan entre la audiencia y todos queramos abrazarle de nuevo. Nadie, sólo el Vietcom, los panteras negras y gente “de semejante calaña”, odia de veras al inocente Forrest y a la maquinaria que lo creó. Ya ha puesto usted la semilla, ya ha depurado sobre su cuerpo toda la culpa, y ya están todos tranquilos. Hecho esto, ya sabe: ¡Nos vemos en los RAC 2015, ARCO mediante!
Publicado originalmente en www.salonkritik.net