Por: Maria Virginia Jaua
Fecha: febrero 16, 2014
El arte contemporáneo “degoyado” por el propio IAC
Hay una anécdota del mundo de la literatura que quizás tenga algún sentido recordar estos días. Cuando Edgar Allan Poe dirigía una de las varias revistas que editó, un señor le envió unos poemas desafortunados para que los publicara. Poe los rechazó amablemente, pero el señor se enfadó e insistió en la validez de sus textos. Poe dijo entonces: “fulano de tal nos ha enviado unos versos, los cuales hemos declinado publicar por su propio bien, pero si sigue insistiendo los vamos a publicar.”
Esta pequeña anécdota editorial ilustra a la perfección el hecho de que a veces es mejor no empeñarse en el desatino: por el propio bien de uno, pero aún más por el del colectivo, cuando se es el representante de uno. El problema no es errar, sino insistir en ello no una sino mil veces hasta consumar el desastre y arrastrar a los otros.
La insistencia y tozudez del presidente del IAC, puede a la larga ser mucho más costosa que la propia gala deslucida y sin sentido, que se llevó a cabo el pasado 14 de febrero: copia mala de la copia mala de la copia mala…
Para empezar ese empeño de poner al arte en el escaparate y bajo los reflectores o como les gusta decir: en el photocall –que ya no sabemos si hay una confusión en la vocación– no solo no conseguirá la supuesta y anheladísima “visibilidad” del arte contemporáneo español en donde es y debe ser “visible”, sino que tampoco conseguirá realmente nada de las cosas importantes para el arte, e incluso, diría, que por su vulgaridad lo aleja cada vez más de conseguir aquello de lo que realmente está urgido: la legitimidad que solo da el trabajo serio.
Si existe una desafección del público con respecto al arte quizás se deba, entre otras cosas, a que muchas de las exposiciones de “arte contemporáneo” son algo realmente incompresible, pretensioso y sin ningún tipo de sustento de investigación ni de rigor y en las que muchas veces se hace énfasis en algo que al público no se le escapa: su sumisión a intereses del mercado y del capital por encima de la búsqueda del conocimiento. Es decir: sus falacias. Y a lo que ahora se quiere sumar este afán inútil de reunir con lo que debería ser una mayor exigencia en la producción de significado, la social-banalité más hortera.
No nos cansaremos de insistir que se debe comenzar por hacer una verdadera crítica, es decir: empezar con una autocrítica radical, mucho más conveniente y necesaria que la palmadita y el premio de ocho toneladas (como bien señaló alguien que recogió uno de los galardones) dado entre colegas, con el fin de subirse la moral unos a otros, para luego tener un pequeño crédito “afectivo” con el que gestionar favores.
Esto se hizo evidente en el acto cuasi-escolar que se llevó a cabo en el auditorio del museo Reina Sofía. El texto de los presentadores de la gala, que en lugar de conseguir esa “identificación” necesaria con los asistentes (ni en la forma ni en el fondo), produjeron horror a los miembros del colectivo artístico, se mereció -ese sí, un reconocimiento al mejor “guión” de sandeces jamás pronunciado para bochorno de todos los presentes. Entre los infinitos disparates, me quedo con esta perla: “el arte es como el champagne, el arte es una confusión feliz.”
En cambio, dicho guión hizo bien evidente que ni el impulsor del evento no cree realmente en lo que hace: apoyar el arte de su tiempo. En ningún momento se mencionó el nombre de algún artista contemporáneo español y sin embargo, no se escatimaron “elogios” a Murillo, a Botticelli y al pobre de Goya… pero sobre todo el palmarés de la apología a los artistas, se lo llevó esta: “para ser realmente artista, este debe estar muerto”. En fin, uno de los doscientos mil chistes malos e involuntarios de la gala. Pero el despropósito no queda solo ahí, también se expresó por la boca llena de botox de una de los freshianfitriones, esa idea tan saludable que se tiene de la crítica: algo temible y horroroso.
Más bien nos resultó extrañísima dicha afirmación, porque supuestamente se pretende “reconocer” a la crítica y “animarla”. Mejor aplíquenla de una vez por todas y si no pueden: acéptenla y agradézcanla: al final, es por su propio bien y del colectivo al que también la propia crítica pertenece.
Otro detalle digno de mencionar es que la gala del Arte Contemporáneo se vistió de luces reconociendo como los mejores proyectos expositivos del año 2013 a dos muestras que NO son de arte contemporáneo [1]: “Contra Tàpies” (comisariada por Valentín Roma en la Fundación Tàpies y “La invención concreta” (comisariada por Manolo Borja Villel y Gabriel Pérez Barreiro en el MNCARS).
¿Os dáis cuenta de vuestras infinitas contradicciones? ¿Con qué criterio se hicieron esas valoraciones? ¿Habremos de recordarle al señor Cereceda a qué periodos y a qué movimientos corresponden los principales artistas de ambas muestras*?
Sin duda, ahí no se trataba de artistas “contemporáneos”. A menos que se considere la contemporaneidad como algo arqueológico: que mira al pasado. ¡Pero qué importa, dirá alguno, si “se trata de una fiesta” con una sonrisa desdibujada en el rostro. Pero el festejo ya se había aguado con antelación [2] y no fue a causa de la lluvia madrileña: el primero, Valentín Roma, rechazó el premio, por considerarlo una payasada y el segundo, aunque quizás le habría gustado declinar el honor, no pudo por ser la máxima autoridad de la institución que albergó el evento.
A este doble “error”, se suma otro no menos “visible”, ya que se había señalado varios días antes en las redes sociales: Cildo Meireles no es, no puede y no será ya nunca un artista “revelación”. Una vez más se manifestó la férrea voluntad del presidente del IAC en perseverar a ciegas en su propio desatino. Teniendo en cuenta que se pudo enmendar, al haber muchos artistas jóvenes notables en Latinoamérica. Algunos de ellos incluso viven en Madrid y habían sido nominados como Marlon de Azambuja, quien por cierto acaba de presentar, en la galería Max Estrella de Madrid, una excelente muestra en la que reflexiona sobre la inestabilidad y la precariedad del proyecto de la Modernidad.
Otra de las particularidades de este evento que podría tener una lectura en clave decolonial es la insistencia infinitamente cansina y española de que querer “descubrir” el Nuevo Mundo. En lugar de querer “descubrirnos” a nosotros los latinoamericanos; por qué mejor no se dejan descubrir vosotros. Lo digo no sólo porque si os dejárais descubrir quizás se lograría la tan ansiada “visibilidad” que el arte español reclama, pero también no vendría mal un cambio de roles, porque la historia se nos está haciendo un tanto aburrida. Este afán de querer ser los “descubridores” de un arte que ya tiene un lugar bastante visitado y revisitado en el mapa del arte mundial y que llegó mucho antes a Nueva York, París o Londres que a Madrid, no sólo pone en evidencia las carencias culturales, y cierto dejo de oportunismo: apropiarse de un discurso ya legitimado sin arriesgar para propio beneficio. Pues si fuera el caso de “revelar” algo verdaderamente no conocido habrían podido contemplar artistas de Asia, África u Oceanía.
El acto de reconocer el trabajo, el esfuerzo y el rigor en sí mismo no tiene nada de reprochable, al contrario puede ser bastante loable. Pero esto no se consigue con galas ni con premios, no son tiempos para ello, incluso el mismo Miguel Cereceda insistió varias veces en ello, contradiciéndose -una vez más- haciendo lo opuesto de lo que afirma; pero es que parece carecer del más mínimo criterio para hacerlo.
Además de que no son premios ni fiestas lo que el arte necesita, como él mismo afirmó en varias ocasiones, resulta curioso que se haga por medio de métodos un tanto opacos por parte del IAC (una asociación que se conocía por su defensa de la transparencia y de las buenas prácticas). Nadie entendió el criterio de las disparatadas nominaciones ni tampoco de los premios. Muchas personas se fueron con la idea de que todo se decidió a dedo por él y cuatro personas de una misma asociación, incluido su director. En ese sentido, mucho más sobrias, transparentes y coherentes han sido los métodos y las formas de la asociación Mujeres en las Artes Visuales (MAV) que en su premiación independiente y con la votación de todas sus afiliadas, demostró mucha más profesionalidad.
Aquí no se busca descalificar ninguno de los reconocimientos, al contrario, algunos de ellos muy merecidos, pero sí señalar el despropósito, la inutilidad, las contradicciones y el fiasco de insistir innecesariamente en un camino plagado de errores por pura soberbia y por afán de “figurar” en la repartición de “estrellitas”.
Porque de todos los discursos que se escucharon a unos decibeles -que rompían los oídos de los presentes, como si de una arenga politiquera se tratara, el más absurdo, fue el del impulsor de los “reconocimientos”, el actual presidente del IAC, una asociación que ve su credibilidad por los suelos, cuando su representante proclama la dignidad y la excelencia del arte junto con las de la publicidad, la televisión y el turismo, con esta afirmación contundente: “el arte nos hace más críticos y más hermosos [sic].”
Con ese bellísimo y profundo estament, digno colofón del leitmotiv incumplido de la velada “para que el arte enamore” en el día del año más propicio para ello, es que recordamos hoy la anécdota de Poe. Esperemos que por el bien propio y el del colectivo, el presidente del IAC recapacite y desista en su empeño amoroso [3] -de una vez por todas- de poner bajo los reflectores y en trasmisión en directo al “degoyado” y mal entendido reconocimiento del “arte contemporáneo” no vaya a ser que consiga la tan ansiada “visibilidad” por la que ha dado la vida.
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[1] Aunque la muestra Contra Tàpies contó con unos pocos artistas contemporáneos como Pep Agut o Vicente Vázquez/Usue Arrieta, no puede considerarse de ninguna manera como de “arte contemporáneo”, pues la mayoría de los artistas que se incluyen en ella, van desde las primeras hasta las últimas vanguardias del siglo XX. Mientras que la exposición La invención concreta centra su atención en el desarrollo de la abstracción geométrica en Latinoamérica y abarca un marco cronológico que va de los años treinta y concluye en la década de los setenta del siglo XX. Como se señala en el texto con el que el Museo Reina Sofía la presenta a los visitantes.
[2] Véase el artículo de Peio Riaño “Los Goya arrancan con escándalo”
[3] Las excusas que Cereceda está dando en las redes sociales de que “todo no fue tan malo” y echarle la culpa a la productora de televisión que él contrató, en lugar de enmendar, agravan el hecho al no asumir la responsabilidad de la errada deriva por la que está llevando a todo un colectivo.
Publicado originalmente en www.salonkritik.net
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