Por: Liberatorio
Fecha: diciembre 24, 2016
Francis Bacon: una voz que no cesa de clamar en el desierto
En la actualidad, el Museo Guggenheim de Bilbao ofrece un conjunto de cincuenta obras del artista de Dublín. A esta imponente exposición, la acompañan treinta obras de aquellos artistas que tanto Bacon como los historiadores del arte reconocen como la fuente de sus ideas estéticas.
En España, Bacon se siente en casa, pues, a pesar de su amor por Francia, sus mayores influencias las recibe de artistas españoles. Por esta razón, la muestra recibe el subtítulo “De Picasso a Velásquez”, dos de los artistas occidentales más importantes para el arte del siglo XX. Sin embargo, como argumenta Guilles Deleuze (2009), Bacon es un artista que en cada una de sus pinturas compendia de manera singular la historia de la pintura occidental.
Bacon explora salidas para eludir las ideologías estéticas que se construyen durante la Guerra Fría, a saber, la abstracción asociada al modelo liberal y la figuración relacionada con la esperanza socialista. Ninguna de estas dos campañas conmueve al artista, pues, ninguna le garantiza al pensamiento la libertad que requiere todo proceso de emancipación artística, estética, ética y política.
Bacon es artista de su tiempo. No desconoce la importancia de la esperanza socialista, pero de las imágenes que esta produce, sólo le interesan algunas de ellas. A este tipo de ficciones les aplica una estrategia creativa muy personal. Somete algunas de aquellas imágenes a un proceso de aislamiento con el cual evidencia el pensamiento que el relato liberan o social vela. Es el caso del Grito del Siglo en la Escalera de Odessa: ¡oígan no disparen!, la imagen de la célebre película de Sergei Einsestein, el Acorazado de Potemkin.
Bacon suspende el contenido del grito de Einsestein y traslada su forma hasta los recintos del pintor amado: Diego Velásquez. Dentro de estos aposentos, el saber de los pintores hace frente a las imposturas del poder celestial encarnado en Inocencio X. El ¡oígan no disparen! de Einsestein emerge del retrato más bello de la cultura occidental. En la garganta del Papa ilustre, se anuncia el horror del siglo XX. ¿A quién mira el Papa? Su mirada, ¿qué fuerzas convoca? ¿Acaso el anti-cristo burgués?
Bacon sabe que las ideologías imponen protocolos para representar la realidad. Las representaciones son ficciones que limitan la potencia del pensamiento. Para eludir los controles que ejerce la representación, Bacon aísla las figuras para garantizarle su libertad y su fidelidad al pensamiento, les impide que se pongan al servicio del régimen de la representación. Al respecto, Deleuze comenta:
“Entre dos figuras, se desliza siempre una historia, o tiende a deslizarse para animar el conjunto ilustrado. Aislar es entonces el medio más simple, necesario pero no suficiente, para romper con la representación, quebrar la narración, impedir la ilustración, liberar la figura, mantenerse en el hecho.”[1]
La exposición no es la más famosa de 2016, pero sí es la más importante. Estará abierta hasta el 8 de enero de 2017.
[1] Deleuze, Guilles (2009). Lógica de la Sensación. Madrid: Arena Libros.