Fecha: diciembre 22, 2016
La esencia del performance golpea a Occidente
En esta obra (el asesinato del embajador ruso), tenemos algo que siempre inquietó al performance desde un principio. Esto es: el tiempo en presente. Si algo tiene la obra de arte, cualquiera que ella sea, es que rompe las relaciones de continuidad de la realidad tal y como la vida las da de por sí. Todo acto no-ecuménico cometido dentro de una iglesia es un sacrilegio. El arte tiene unos espacios que fueron rotos desde el impresionismo en el “Hacer la obra de Arte” y luego con la modernidad, que rompe el modelo exposicional. Muchos se quejan del tal Cubo Blanco. Pues bien, aquí tenemos la acción, esto es el performance en su más pura esencia. No es una catarsis, pues no hay tiempo para la reflexión posterior del practicante, sino un hecho concreto…
La performance en sí se vio influenciada por las artes escénicas y esto devino en que mucho actorzuelo “mamado” de la actuación se volcara en él. ¿Qué pasó? Pues que la performance se convirtió en otra simulación… Simulo que me masturbo… Simulo que me enebro una aguja en las venas… Simulo… simulo… y simulo. Así, llegamos al cansancio. Cualquiera se desnudaba se tocaba las tetas o los órganos sexuales, pre-activaba un falso rito y luego se iba al hotel a dormir.
Esta obra, la del asesinato del Embajador, lo mismo que la escenificada por Jesús en la Última Cena, tienen una característica común: no hay marcha atrás. No se trata de la “voluntad del artista”, hecho tan ridículo como falso… Se trata de la voluntad de la acción, y, por lo demás, las características estéticas de la misma son innegables… La “cordial” elegancia del asesino rompe el estereotipo… El embajador no da un grito y desploma como una Madonna en brazos del último sueño posible… la sala gime en silencio, el lugar… transformado en otro lugar, el miedo real que se hace virtual y la permanente puesta en escena del autor de la obra, el asesino. No rompe en gestos ridículos. Se mantiene erguido, heroico, en fin… ¿Tendría que haber gritado “Señores, esto es una obra de arte”? No lo creo. Como toda obra de arte nace de un entorno y se desarrolla en la mente del artista, busca materiales apropiados para expresarse y, al final vuelve al entorno del cual nació en el espectador que la contempla.
¿Para resolver la premisa “Todo es arte” acaso es el artista el único agente facultado para determinarlo? ¡No lo creo! La sola voluntad, “yo digo que esto que hago es arte por lo tanto es arte”, en manos de los “involuntariosos mediocres” llevó al performance a su muerte (y a las artes en general). Siguieron caminos sosos y maricones de tal suerte que el público no se dormía en las “obras de arte” por puro respeto y nada más.
El atentado contra las torres gemelas fue un primer aviso de lo que sería el arte, y, de carambola, dio muerte a instalaciones y acciones. Este asesinato ha enterrado de una vez y para siempre a los falsificadores de eso que un día se dio por llamarse performance.
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