Por: Félix Ángel
Fecha: julio 17, 2016
¿Arte o vandalismo?
Recientemente, un periódico capitalino registró la frustración de un propietario en el barrio La Candelaria. Después de remozar la fachada de su casa, eliminando inscripciones y letreros, volvió a ser “intervenida” por gente no invitada en menos de veinticuatro horas, dejándola en lamentable estado, en detrimento de su hogar y apariencia del vecindario.
La intervención —espontánea o calculada— de paredes, de mobiliario público y privado es un fenómeno mundial tan antiguo como la humanidad. Es el caso de Pompeya y otras ciudades de la antigüedad en donde los trabajadores que participaron en proyectos, por ejemplo, la tumba de algún personaje importante, dejaron en lugar recatado testimonio de su contribución. En Washington D.C., en las fundaciones (ocultas al público) del monumento a Abraham Lincoln, inspirado en el Partenón, existen inscripciones y caricaturas realizadas por algunos de los trabajadores conmemorando su realización y el momento político. Artistas como Antoni Tapies, en los años 40, encontraron inspiración en el grafiti asociándolo con la guerra; y José Antonio Fernández Muro y su esposa, la argentina Sara Grillo, con la inconformidad social, la búsqueda visual y plástica de los años 60s, luego de transitar por la geometría.
¿Grafiti?, ¿arte urbano? ¿arte callejero?, los términos se usan a menudo indiscriminadamente para designar la intervención gráfica o pictórica de estructuras e infraestructuras urbanas. Sin embargo, cada una tiene su contexto y es diferente en su significado e intención, ideología, metodología y estilo.
Grafiti
En plural, en su versión moderna, deriva del término italiano graffito (en singular), que proviene de graffiato, que significa rayón y a su vez proviene del griego grafein (escribir). Esgrafiado, una palabra similar (en italiano sgraffito), se refiere a la acción de raspar una superficie para dejar entrever la capa que se encuentra debajo. Es una técnica artística utilizada en particular por ceramistas y pintores.
Consenso entre los historiadores determina que el grafiti se origina en Filadelfia a mediados de los años 50s luego de la muerte del músico de jazz Charlie Parker, pero en Nueva York se configura como expresión social, en un contexto masivo con proyección existencial, coincidiendo con intensos cambios en la sociedad norteamericana. Individuos que recorrían la ciudad por razones de su actividad sintieron la necesidad de dejar testimonio colocando su nombre en código y número de calle en los vagones del metro subterráneo, por ejemplo, Taki 183 y Tracy 168. El Metro fue elegido por sus características como medio de transporte colectivo e interconectado, además de la ventaja que ofrecían las restricciones presupuestarias para proteger y limpiar constantemente el servicio. Como elementos técnicos los grafiteros utilizaron —y se limitaron—, a marcadores y pintura en aerosol cuya base química reaccionaba con la pintura de los vagones haciendo casi imposible su remoción por métodos tradicionales. Los subterráneos de Londres y Roma fueron pronto “adaptados” al grafiti, y de allí se popularizó en numerosas ciudades.
Respondiendo a su etimología, el grafiti se concentró en la palabra. En el proceso fue adoptado por pandillas y se relacionó con el crimen urbano para marcar territorios y limitar acceso, creando fronteras “invisibles”. A mediados de la década de los 80s el público, inicialmente divertido con las intervenciones, manifestó su desagrado por el deterioro, que estimulaba el síndrome de la ventana quebrada. La municipalidad inició una campaña de saneamiento. En 1989 fue retirado del Metro de Nueva York el último vagón cubierto de grafiti.
La adopción del grafiti por el “mainstream” en el arte marca el ocaso del mismo como expresión subterránea, en Nueva York. Quienes persistieron en su práctica decidieron salir a la superficie, y eligieron como soporte fachadas y culatas de edificios, por lo general abandonados, concentrándose en vecindarios de bajo ingreso o subsidiados.
Arte callejero
Es decir, el arte realizado en el espacio externo, a nivel urbano, incluye grafiti pero no está asociado exclusivamente a este. Una gran diferencia es la introducción de imágenes (en oposición al grafiti tradicional que usa la palabra, o el lenguaje), y tiene otras influencias, una de ellas el arte mural realizado en el suroeste de los Estados Unidos por las minorías chicanas (siguiendo el ejemplo del muralismo mexicano oficial), compartiendo el sentido de protesta y necesidad de reivindicación social. Otra diferencia es que hace uso de variadas técnicas, desde la pintura industrial tradicional, al afiche temporal, el esténcil, el video-proyección, el happening y las instalaciones, entre muchas otras.
Arte urbano
(Del latín urbanus) no es necesariamente arte callejero o grafiti, y manifiesta su pasión por la ciudad, se relaciona con esta, y la vida de los barrios donde los artistas viven o intercambian experiencias, a veces más allá de límites geográficos y nacionales. Hoy día es internacional.
Según el portal de la Facultad de Arte y Diseño de la Universidad de Indianápolis, debido al hecho de que el grafiti, el arte callejero y el arte urbano se caracterizan por consumarse en el espacio público, “a menudo son vistos como actos de vandalismo y destrucción de la propiedad. Aunque algunas veces las diversas formas constituyen en efecto, actos de vandalismo, los creadores no se ven asimismo como vándalos”.
Una reflexión importante
Por todas las consideraciones (y desconsideraciones) que el grafiti, el arte callejero y el arte urbano involucran, tal vez la mejor forma de hacer la pregunta sobre su carácter e idoneidad es invocar la legalidad, no para terminar, sino comenzar por algún lado a darle civismo al debate. En una sociedad que aspira a comportarse bajo principios de armonía, respeto y coexistencia de diversos sectores, grupos y componentes, la aceptación o no de estas formas de expresión, y su práctica, dependen del nivel de permisividad que la sociedad confiere al individuo, de otra forma el artista debe asumir el carácter subversivo de su acción y atenerse a las consecuencias. Bien vale recordar que la libertad individual, la cual hay que proteger a toda costa, termina donde comienza el derecho de los demás.
FÉLIX ÁNGEL (Colombia, 1949). Artista, arquitecto, curador, escritor, y gestor cultural. Vive en Washington DC, hace cuarenta años. Cuenta con más de cien exposiciones individuales y cuatrocientas colectivas, ferias, y bienales en las Américas y Europa. Ha publicado ocho libros y realizado nueve obras murales (públicas) en Colombia. Ha recibido numerosos reconocimientos incluyendo el premio por “Liderazgo visionario de las artes” de la Ciudad de Washington. Visite: www.felixangel.com
Publicado originalmente en www.elmundo.com