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Morder la Sociedad

Ciertamente la figura del curador ha propiciado un amancebamiento del artista y un amaneramiento de su obra. Esta jipata e insípida pero poderosa figura, producto del capitalismo tardío, mediador entre el artista y el espacio expositivo, es el responsable en buena parte del “prestigio y buena fama” del arte contemporáneo, así como del sofisticado y espectacular show de las exposiciones que han terminado por convertirse en la vitrina perfecta para el negocio redondo de los coleccionista$$. En pocas palabras, el artista contemporáneo es célebre y famoso, pero carece de dientes. No puede morder a la sociedad porque la Institución le proporcionó el antídoto contra el mal de rabia, despojándolo de esa rebelión sustanciosa que deja marcas indelebles en el pensamiento. La misma que duele, rasca y fastidia y que para tortura de los capitalistas, no se puede coleccionar. Pero el asunto del Arte del Caribe no es sólo que no queremos ser parte de esa cadena alimenticia, sino que necesitamos terminar de una vez por todas con esa vieja historia de pillaje cultural de la cual ha bebido históricamente el centro del país. Y aclaro: NO es cuestión de regionalismos. Es cuestión de adueñarnos del toro, cogerlo por los cachos y si es el caso, canibalizarlo como hacían nuestros tatarabuelos caribes. No queremos aldea globalizada, queremos rescatar nuestra voz. Queremos cantar con nuestra garganta, comer con nuestra jerga, champetiar con nuestro cuerpo, tragarnos de una vez por todas esas palabras que nos sobran: pero sin maestros de ceremonias, sin intermediarios y sin impostores que desconozcan a lo que sabe un caimito, un casabe, un enyucao, o un jugo de níspero con una alegría palenquera.

 

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