Por: Christian Padilla
Fecha: septiembre 25, 2014
Los herederos del Cano
Lugares soberanos (2002) de Miller Lagos entre las dos obras de Rodrigo Echeverri, Astilla en el ojo (2011) y Desnudo bajando la escalera (2004).
Por parte de un juicioso trabajo de los estudiantes de la Escuela de Arte Visuales de la Universidad Nacional, se renovó la mirada al icónico Salón Cano.
Esta vez presentado bajo el título Laboratorio Cano, este espacio de exhibición de procesos de estudiantes de arte plásticas plantea una nueva estructura lejana a la de los premios de Salón y la de la disimilitud de calidades entre trabajos de clase. Posiblemente en esa anacrónica visión radicaba la decadencia del evento en sus últimas versiones; en eso y en el desinterés de parte de los estudiantes por retomar y aprovechar este espacio. El Salón, ininterrumpido por más de una década, desapareció en el 2010 y en está ocasión se reestructuró y se invitó nuevamente a la comunidad estudiantil para que participara con proyectos curatoriales donde existiera una coherencia y conexión con los procesos de formación y producción de obra en la Escuela de Artes Plásticas y Visuales de la Universidad Nacional. De allí surgieron las propuestas de los colectivos (Dis)locaciones, Laboratorio periférico, Don´t Panic y la propuesta individual de la estudiante Catalina Carmona Balvín. En el proceso de reestructuración del Cano, varios profesores, entre ellos el director de la Escuela, Luis Eduardo Garzón (El Tigre), Louise Poncet (coordinadora de salas del Museo de Arte de la Universidad Nacional) y Alejandro Burgos (docente de la Maestría en Museología de la Universidad Nacional), se encargaron de generar espacios de reflexión para que los estudiantes se apropiaran de un espacio histórico que le ha pertenecido y que ha servido como vitrina para la visibilidad de los estudiantes destacados en las últimas décadas.
Instalación de Leonardo Gómez Marmolejo.
Es precisamente a partir de esa reflexión que la estudiante Catalina Carmona Balvín planteó una mirada antológica a la última década del Salón y la propuso en su curaduría titulada La Herencia del Salón Cano (1999-2009): transición de discípulos a maestros en la última década de la Escuela. La selección de la joven curadora reúne a los más destacados egresados recientes y les pone a generar diálogos entre sus trabajos de aprendices y sus obras ahora cotizados en galerías y reconocidos en exposiciones nacionales e internacionales en el mejor de los casos. Miller Lagos, Rodrigo Echeverri, María Isabel Rueda, Ana Adarve, Fabián Cano, Leonardo Gómez Marmolejo, Camilo Bojacá, Camilo Ordoñez, Juan David Laserna, Angélica Teuta, Cristian Páez, Julián Santana, eminentes egresados de la Escuela participan acompañados por el trabajo de dos descollantes alumnos (David Guarnizo y Juliana Góngora), revelando el real impacto y poder de clarividencia con que el Salón Cano le ha venido apostando a sus mejores discípulos. Catalina Carmona responde en su selección a la pregunta sobre la pertinencia de continuar con un espacio que se creía en decadencia. El legado dejado por los estudiantes y el dialogo entre sus obras de alumnos y sus últimos trabajos demuestra la coherencia y afianzamiento de sus procesos de formación, y la madurez de sus procesos actuales, que ante su juventud, es obvio suponer que aun se encuentran en estado de aprendizaje y cada vez más cercanos a una consolidación. La idea de poner a las antiguas generaciones en un salón de estudiantes pretende reconocer esta deuda histórica que se tiene con el Salón, el Museo y la Escuela, pero a la vez parece un ejercicio pertinente de memoria para la consolidación del mismo Cano por parte de los mismos esfuerzos de los estudiantes, lo cual se reitera en las demás curadurías presentadas por los otros tres colectivos que participan del Laboratorio con los incipientes procesos de varios grupos de estudiantes.
El evento inaugural en la sala 1, tuvo un tinte nostálgico por parte de profesores y egresados que recordaban sus obras puestas en las paredes del Museo hace unos años, donde algunos de ellos habían sido premiados y distinguidos con los mismos trabajos que ahora presentaban, como en el caso de la columna de Miller Lagos (Lugares soberanos) o el Coquero de Fabián Cano, trabajos que hace 10 años se presentaban humildemente como ejercicios de clase y que ahora son percibidos como obras maestras clásicas del Salón. También porque algunos trabajos hacían parte de la memoria de la Universidad, como el trabajo de Leonardo Gómez Marmolejo, quien en la inauguración apareció con un grupo de Hombres bolsa, personajes creados por Gómez Marmolejo hace 10 años y que irrumpían con vestimentas de ejecutivos, portafolio en mano y una bolsa de papel en su cabeza que negaba completamente su identidad. La connotación del capucho de la Nacional, de aquel que esconde su cara para manifestar o atacar, era en esta ocasión subvertida por un elegante hombre de negocios que no podía ser reconocido. El performance de Gómez Marmolejo fue recordado por algunos, mientras que otros espectadores y estudiantes se sentían absolutamente intimidados e incómodos por la presencia de los encapuchados hombres bolsa. El performance del hombre bolsa acompañaba la obra Gimme the power, en la cual el artista intervenía fotografías de encuentros políticos en donde los líderes eran dotados de bolsas de papel en sus cabezas. Cubrir la cara de quien representa una comunidad es un gesto ambiguo y que entre muchas interpretaciones niega la posibilidad de reconocer a nuestros líderes y sus ambiciones. Al aplicar esta intervención Gómez Marmolejo los convierte en harina del mismo costal, todos fiables por sus palabras, sus gestos y sus buenas intenciones, escudados en un traje de paño y una corbata que les da credibilidad. No en vano, los jefes que ha seleccionado dan una clara visión de esa igualdad de intensiones pero de doctrinas ideológicas tan opuestas (Bush, Chaves, Uribe, Castro, etc.), que aun así, según Gómez Marmolejo nos parecen todos iguales al final.
Fotogramas de Última lección (2011) de Camilo Ordoñez y el equipo Transhistoria.
Por su parte, Camilo Ordoñez también ha venido haciendo reflexiones en torno a la política en Colombia y la construcción de una Nación bajo las bases de la ambición de poder. En el caso de su obra, la identidad no se enmascara, aparece en nombre propio de instituciones que nos prometieron velar por nuestras necesidades y que desaparecieron en manos corruptas pero sin levantar mayor polvareda. Con el equipo Transhistoria (Camilo Ordoñez y María Sol Barón) presenta el video Última lección, un claro homenaje a la obra Primera lección de Bernardo Salcedo donde éste ponía en discusión la existencia de una identidad nacional a partir del escudo de Colombia. Transhistoria hace lo propio a partir de las desfalcadas, investigadas y siempre vergonzosas entidades públicas que han dejado de existir tras polémicas liquidaciones. Ante una repentina imagen del logo de Telecom se anuncia: “No hay telecomunicaciones. No hay patria” y así sucesivamente con INURBE, INRAVISIÓN, INDERENA, INCORA, ADPOSTAL, BCH, y otras delicias de la corrupción nacional. Las imágenes de Última lección causan escozor y frustración cuando nos reviven todas las verdades olvidadas del país. En la misma sintonía, tocando la llaga propia, los trabajos Ya viene (2009) del colectivo Maski (Juan David Laserna – Camilo Ordóñez – Jairo Suarez) y Zona Roja (2001) muestran el rigor investigativo de Ordoñez y su interés por generar una perspectiva política, ambas bondades con qué él ha venido destacándose en trabajos críticos de historia del arte local.
Emparentado con esta actitud en torno a la revisión histórica y una mirada política es el trabajo de Julián Santana, con su videoinstalación Post-Colombia (2008 – 2010), un guiño a la Colombia de Antonio Caro, igualmente evocada con humor al internar al espectador en un juego de adivinar debajo de que tapita esta la sorpresa. Los objetos que hace aparecer Santana debajo de las tapas denotan un claro pesimismo y la pérdida de la esperanza. Lo contrario sucedía en la obra presentada en la Galería Santafé Deadline (2010), un intento desesperado y utópico por regresar en el tiempo y resarcir las culpas, errores y frustraciones. En la actual exposición, Santana recurre a los fotogramas de Deadline para su instalación titulada Como tapar un agujero negro.
Post-Colombia (2011) de Julián Santana.
Camilo Bojacá construye en sus dibujos arquitecturas imposibles que coexisten en su ciudad utópica, erigida en un minucioso estudio de diversas edificaciones yuxtapuestas y amontonadas unas con otras. Bojacá dibuja con el detalle y precisión de un relojero, lo cual pone al espectador en duda de la veracidad de la imagen, y deja en discusión la posibilidad de que estas incomodas arquitecturas puedan compartir un mismo espacio. La variedad de culturas representadas en esta urbe hacen una obvia referencia a la Babel bíblica, esta vez actualizada por el dibujante.
Babel (2011) de Camilo Bojacá.
También se destaca por su coherencia y minuciosidad la obra de Rodrigo Echeverri, de quien podemos apreciar dos obras que distan entre ellas más de un lustro: Desnudo bajando la escalera (2004) y Astilla en el ojo (2011). La distancia entre ambos trabajos permite reconocer la disciplina de Echeverri a lo largo de su proceso, evolucionando en su geometría y desarrollando cada vez con mayor rigor su pintura ilusionista y retiniana, por lo cual su referencia a Duchamp parece una inteligente broma que defiende su trampantojo. Los formatos irregulares, las dimensiones de sus pinturas y su nueva dirección hacia la construcción de espacios con otros materiales deja reconocer una nueva faceta de la obra de Echeverri que está por consolidar.
Astilla en el ojo (2011) de Rodrigo Echeverri durante la inauguración de la exposición.
Miller Lagos está representado en dos trabajos: Lugares soberanos (2002) y Cimiento (2007). El primero recuerda el trabajo de grado del artista, con el cual participó como invitado al Salón Cano el mismo año y donde se adelantaba a mostrar algunas de las características más reconocidas en su producción actual: cambiar el material del objeto representado para así ironizar en la naturaleza de su forma. Las columnas griegas de Lugares soberanos parecen módulos de Lego así como sus troncos de árboles no son más que hojas de un extraño libro encuadernado muy particularmente. En el video-registro de Cimiento, sus conocidos troncos son golpeados por una ráfaga de viento que va deshojando su forma original. Descubrimos luego que las hojas tienen un grabado de Durero y que el registro es tomado en Nuremberg frente a la casa del artista del renacimiento alemán. Es decir que en ambas obras hay nuevamente una ironía y a la vez una referencia a la misma Historia del Arte que con mucho humor ya ha tocado Lagos en sus intervenciones a monumentos y otras obras. El trabajo de Lagos es de los más interesantes y maduros de los egresados recientes, lo cual lo reitera su renombre en la escena artística local.
Lugares soberanos (2002) y una fotografía de Cimientos (2007) de Miller Lagos durante la inauguración de la exposición.
La luz ha sido uno de los componentes esenciales de la producción de Angélica Teuta, lo cual le confiere a su obra una poética especial que las distingue de los demás trabajos presentados y la separa del peso agobiante de lo político (aunque los temas de sus trabajos puedan también ser interpretados así). Sus cuadros de siluetas de papel recortadas se convierten en extraños teatros de sombras que se activan con la luz proyectada hacia ellos (Escenas para evitar pesadillas, 2011). Junto a estos cuadros, unos motores que son accionados por el espectador ponen en movimiento unos círculos que activan el dibujo de una mujer haciendo malabares sobre un caballo, y un ingenuo pajarito en una jaula (Traumatropos, 2009 y 2010). La estudiante Juliana Góngora, dialoga con esa poética en sus trabajos, donde evoca con impresionante sencillez y extrema literalidad la sentencia “poner un granito de arena”. Góngora proyecta en un dibujo un horizonte construido a partir de granitos de arena minuciosamente puestos unos junto a otros, generando una línea a través del punto (llevando a la última consecuencia los planteamientos de Kandinsky y las enseñanzas teóricas de la academia sobre estos elementos fundamentales del espacio.
Traumatropos (2009 – 2010) y Escenas para evitar pesadillas (2011) de Angélica Teuta.
Luz y agua (2009) de Fabián Cano actúa con la misma sutileza de los trabajos descritos en el párrafo anterior, una mínima presencia que se amplía en su misma parquedad. El trabajo de Cano consiste en una instalación sonora donde un parlante en el cual se ha vertido agua reproduce el sonido de una gota de agua. La vibración del aparato parece emular a la gota cayendo en el mismo parlante mientras un leve haz de luz se proyecta dándole protegonismo. La sencillez del trabajo contrasta con su Coquero, obra ganadora del Salón Cano en el 2004, una pieza de latex de amapola modelada en forma de una diminuta reliquia precolombina popularmente interpretada por los artesanos como el dios de los alucinógenos (representado a la manera de una pieza de la cultura San Agustín con una bolsa de coca en la mano). La obra de Cano reúne dos componentes políticos y sociales que entran en una compleja convivencia por tratarse de alucinógenos e identidad nacional en una misma imagen. Parte intrínseca de la obra también es la compleja hazaña del artista por conseguir la materia prima de la pieza, transportarla a escondidas a través de la geografía colombiana, modelarla y mostrarla en un circuito museal, testimonio que Cano deja visible en un plotter como registro documental de la obra. El texto en la pared y la urna que encierra al Coquero generan también una compleja lectura al objeto, protegiendo la obra como si se tratara de patrimonio cultural, reminiscencia engañosa y graciosa a una pieza precolombina en el Museo del Oro.
Coquero (2004) y Luz y agua (2009) de Fabián Cano.
Los trabajos presentados por Ana Adarve hacen parte de esos procesos consumados y de fácil reconocimiento de la artista. Su característica y especial integración de la anatomía humana en la ciudad se revela en sus fotografías como una constante que ha venido trabajando desde su época de formación y que junto con los avances tecnológicos ha venido depurando constantemente para presentar cada vez imágenes más líricas y de mayor calidad.
Fotografía de Ana Adarve (1998).
Es evidente que muchos más artistas hubieran cabido en los planteamientos curatoriales de Catalina Carmona Balvín, y que su reflexión no queda cerrada, pues no pretende señalar estos como los únicos procesos destacados de los últimos 10 años de la Escuela. Nombres como Marcelo Mejía, David Peña, Manuel Calderón y Jessica Ángel, entre otros muchos más quedan pendientes de ver en revisiones más extensas sobre la reputada herencia de la formación académica en la Universidad Nacional. Sin embargo, el espacio aprovechado para esta curaduría deja presente la necesidad de continuar utilizando el Cano como una vitrina para evidenciar a largo plazo los exitosos procesos y el afortunado encuentro entre la Escuela de Artes Plásticas y Visuales y el Museo de Arte de la Universidad Nacional. Los trabajos de los demás colectivos también merecen una mención especial por sus proyectos presentados y por el entusiasmo de los estudiantes en sus pinitos como curadores y montajistas, otra experiencia que los artistas deben empezar a sortear y que solo en la práctica y bajo la presión del tiempo se va aprendiendo.
Como documento de esta importante resurrección del Cano, el viernes 9 de septiembre de 2011 a las 6 p.m. se realizará el evento de cierre y se dará a conocer el catálogo de la exposición, con textos de Alejandro Burgos como coordinador del evento, reflexiones de los curadores y las imágenes de las obras.
Fotografías de Salvador Lozano.