Por: Alberto Díaz Lara
Fecha: mayo 1, 2013
Doris Salcedo: crítica, ética, verdad y memoria
Maestro Peñuela: Respetuosamente, su comentario es fallido, como muchos otros anteriores. Me impresiona el estilo de resentimiento social que dejan ver sus comentarios. Doris Salcedo, en este caso, trabaja dentro del campo de la poética, recurriendo precisamente a ese “vacío” que existe entre la verdad y la realidad, para develar otro tipo de verdad, que aunque tenga otra narrativa, su validez no se encuentra en la denuncia, ya que la mente humana registra de forma permanente es la “incongruencia”, que no es ni la verdad, ni la realidad, pero que la hace manifiesta.
¿Será que la crítica es fundamental o es un engaño, una ilusión o un invitado de piedra indeseable que se justifica a sí misma, colgada a algo que no le pertenece o no procede, o puede ser una francotiradora a la espera de su incauta, indefensa y frágil presa? Si vemos el arte cargado y atareado con la misión de Sísifo, ¿cómo exigirle un imposible, la verdad, que entre otras como la realidad es inminentemente frágil? Estudia a Heisenberg, hace rato no se siguen los dictados del pensamiento de Newton. El racionalismo es muy propio de las maquinarias tiranas y los fundamentalismos. Exíjale eso a un médico, a un juez, a un acusado, a un artista exíjale que sea poético su producto, que sea sensible, no sensiblero, ya que un ojo cargado de lágrimas ve el mundo borroso, porque una cosa es llorar y otra conmover, tocar las fibras.
Todos los críticos de todos los tiempos son espectadores al margen real de las intenciones y los hechos. Hay muchos ejemplos protuberantes en la historia que salen al paso, especialmente debido a la vocinglería de los que creen detentar la verdad, el punto final del discurso, absolutamente improductivos e incapaces de crear lo que a los demás se les exige, con una actitud de suficiencia. Eso me aterra, pues se habla, se escribe, se comunica y se ordena con la certeza y actitud del fundamentalista, señalando y condenando al infiel.
La globalización ha reconfigurado el mundo, las teorías han dejado de ser sostenibles, el siglo XXI es más diverso, contradictorio y plural, no es el mundo de las coincidencias, hay es una plétora de narrativas que pueden fácilmente solaparse. Hace mucho tiempo pasó el momento de Greenberg y toda la jauría de sabiondos que califican y descalifican, se autonominan como los árbitros de la verdad y la sabiduría.
Ahora resulta que tomando prestado desde la economía y acomodando el concepto de libertad, queda fichado como un delincuente que pertenece a la pandilla neoliberal, que tanto daño ha hecho políticamente, económicamente y socialmente hablando.
Los creadores libres o no inscritos, no solamente son “desregularizados”, sino social, política y económicamente peligrosos, tal vez por ser inclasificables y ausentes a pertenecer al cardumen que desea constituir un crítico, comentarista, curador, galerista, renegado del arte o teórico afectado por unas lógicas esquivas, pasajeras y traicioneras, despistado, atónito y con una nostalgia al pasado, en función de conquistador de lo que no le pertenece. No entiendo por qué se quiere inculcar que el artista debe ser un miserable social, el idiota útil.
Nada hay más abominable que estar sujeto a cualquier dictamen político o ideológico y si eso sucede, eso sí es ser terriblemente indulgente, es más, cuando el artista se convierte en un servidor público de un sistema, publicista panfletario ilustrador ideológico al servicio de un esclavista, como sucedió en la resiente desaparecida Unión Soviética.
Doris Salcedo está convencida que el arte abre caminos muy diferentes, es testimonial necesariamente, porque nunca se descontextualiza en su totalidad, donde la memoria es ampliada, trabajando sobre el vacío de memoria, en ese espacio que permite permear aspectos de la realidad, recurriendo a poner de manifiesto el aspecto que la destaca o de mayor impacto, para evitar convertirse en una ilustración y no en una narrativa. Trata de transmitir el sentimiento, continuado como experiencia en el otro. La imagen de un hecho, es la memoria de ese hecho y en ese sentido es que lo pone a nivel de lo humano, y cuando dice que lo dignifica y lo humaniza, lo que indica es que lo pone en la condición de lo humano, lo que somos, frente a lo que somos, a su nivel, para hacer consciencia de lo que hace, conceptuar así sobre sus actos, siendo un espejo de los hechos, pero lo importante no es el reflejo, sino lo que está del otro lado de ese espejo, como elemento transformador. El arte trabaja sobre las paradojas, nada tiene que ver con la certeza, trabaja con lo indirecto, prácticamente es el acto sin presentar el acto. Es muy clara al establecer que la ética en arte está alejada de la actitud redentora, de la narrativa ausente del hecho, por cuanto desconoce la verdad, ya que no es el centro donde gravita el hecho mismo, pero si de una manera muestra aspectos ocultos o subyacentes, que mediante la imagen pueden servir de memoria. Paradójicamente la realidad no es la verdad, ni la verdad se compadece con la realidad.
Sería interesante que estudiara “Los Diálogos del Espejo” de Lewis Carroll y comprender las terribles traiciones y juegos de la lógica. Es por lo mismo que me aterra la forma como está escrito su artículo y las condenas que se tratan de hacer desde éste, sin haber comprendido las palabras de la Salcedo. En ningún momento ella descalifica la verdad, ni la coloca en el umbral del positivismo, ni tampoco es una romántica irredenta.
La pregunta de si existe el buen arte es a todas luces tonta, por decirlo de alguna manera suave. Marta Traba en su soberbia sabiduría de crítica primípara, copia tercermundista de Greenberg, hundió socialmente a muchos artistas, para luego en su madurez más sosegada quiso reivindicarse con algunos de ellos, pero la muerte la sorprendió, el daño quedó hecho. Por eso es menester ser prudente en las afirmaciones.
Cordial y respetuosamente,
ALBERTO DIAZ LARA