“Todos se volvieron críticos cinematográficos, no ven todo el talento que hay en esa serie.” Juan Hincapié, en Facebook.
Juan, qué bueno lo que acabas de señalar con perspicacia de artista de borde. Llamas la atención sobre algo de mucha actualidad, a saber, la ausencia de crítica de arte en Colombia, arte en sentido amplio, en el sentido de poesía hecha pueblo.
¿Qué es la crítica, la poesía y el pueblo? ¿Qué tiene que ver este último con la crítica? Hemos pasado del despotismo crítico de la modernidad al servicio de unas élites comerciales, a la espontaneidad naif de las redes sociales. No sabemos qué es peor…
En mi apostilla al editorial de El Espectador respecto a Daniel Mendoza preguntaba por el régimen en que se ubica el crítico, es decir, indagaba por el discurso que le permite al crítico decir lo que dice. Sin esa claridad, sin esta ética del discurso, no hay crítica, el crítico solo expresa una opinión ideologizada, sin duda importante para el ego pero inane para la sociedad, tal y como quiere el Gran Hermano; la opinión no logra traspasar el discurso del patrón, del cliente; la ideología no logra encarnar en pueblo. La crítica es poesía viva, se trata de la vivacidad, la alegría de la vida hecha pueblo. ¿Poesía dónde estás? ¿Quién te tomó a su servicio?
Respecto al expediente Mendoza, preguntaba qué hace artista a un artista hoy: ¿la necesidad política del momento, la habilidad técnica del artesano, la verdad de la filosofía que reclama para sí Platón, el interés gremial del señor capitalista, las ínfulas del medio artístico, la lógica ciega del espacio museístco, la respuesta impositiva de la prensa que posa con descaro de libre, la construcción discursiva que se instituye como tribunal inapelable, los dogmas de la gestión administrativa incuestionables, la calle como fuente de bellos y prometedores contagios? Estas preguntas no las puede responder la artista. El crítico de arte es quien debe señalar el piso en donde se ubica su juicio.
El estallido vital de 2021 puso en tela de juicio todas las construcciones acabadas de señalar, desde Simónides el bello hasta Petro el ingenuo, a su modo político el primero y poeta el segundo. La vida libera sus fuerzas y obliga a revisar todas las discursividades que las instituciones le cuelgan al cuello a las artistas. Fácilmente, una crítica pasa de ser un bello collar galante a un ominoso cepo.
Llamo poesía a esa liberación del cepo, del estigma, pero también del collar galante. Nos hace falta más poesía, menos collares, menos falsas perlas, más cantos de calle y menos discursos de museo.
Pero, ¡ay!, ya no hay amor en esta tierra, las poetas perdieron el habla, según testimonio de María Mercedes Carranza, el mundo se les fue de las manos por estar pendientes de los collares.