By the way (BTW): la cultura expresa en la misantropía de Maurizio Cattelan y la política del grafiti sin autor.

Las últimas administraciones de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas han sido interpeladas con firmeza por el movimiento universitario, en especial y desde 2019, por quienes demandan una reforma general de sus estatutos, por las activistas de género y por las disidencias sexuales. El movimiento universitario reclama una renovación de la política economicista expresa en los estatutos de la universidad exigiéndole al Consejo Superior Universitario apartarse de la misantropía  que rige hoy la cultura global, política que se refleja flagrantemente en sus decisiones respecto a la vida universitaria. 

No hay cultura con sentido sin que esta última responda empática  y oportunamente a las demandas de las nuevas generaciones. La misantropía (crueldad, esnobismo, hipocresía y traición, virtudes propias del neoliberalismo, según Judith Sklar) en  que se solaza el señor Maurizio Cattelan y los administradores de sus finanzas, y el odio de sí mismo que promueve el humanismo neoliberal, acaban con lo que resta de la confianza pública. Y cuando acaba la confianza pública solo resta el estallido y el grafiti como su estética.

La cultura efectiva es posible gracias a la gestión afectiva que realiza la política activa. La efectividad y el activismo globalizados son evidentes en el dispositivo neoliberal pese a la obsolescencia de sus estatutos. Solo que esta política es mezquina, no se adecúa a las necesidades de las y los jóvenes pero mucho menos resuelve las de otros sectores vulnerables, como es deber de toda política.  Al contrario, la obsolescencia social del neoliberalismo, rampante en el expediente de Cattelan, busca desactualizar no solo la importancia que llegaron a tener las artes plásticas hace unos siglos, también se propone restarle actualidad y legitimidad  a las nuevas ciudadanías. Esta inactualidad discursiva es un juego de poder abusivo, reprende humillando, sorprende marginando, escandaliza fastidiando, molesta clausurando espacios, pero, no obstante,  hace reír al consumidor capitalista. Y si el artista te hace reír, si te divierte con alguna  charada, le perdonas y le compensas por sus licencias, así opera el régimen que promociona a Maurizio Cattelan. Lo importante hoy es reír. Por su parte el grafiti molesta, indigna al sector acomodado en lo que llama “patrimonio”. Cabría preguntarse, ¿de dónde sale el dinero para promover el odio de sí mismo y para ejercer tantas y tan diversas violencias en contra de otras subjetividades? Estas violencias no solo quedan impunes,  también son agradecidas con contante y sonante. Pero en este caso se trata solo de mercancías, y como lo hablamos recientemente a propósito de +57Miami, entre más vulgar hables de los cuerpos que subyugas más gustas, más vendes porque llevas a primer plano la vulgaridad más propia del Capitalismo, ya sea comunista o neoliberal. 

Los estatutos de un estado o una institución cultural o museística  anquilosados, son entes vacíos que violentan “legalmente”, es cierto que son “conformes a derecho”, pero conformes a un derecho injusto, como Hamlet, ciego y ensimismado. Pero Hamlet no era vulgar, en su locura estética perdió el mundo,  pero nunca perdió su elegancia juvenil. La cultura solipsista, sin responsabilidades con un afuera en pena, sin cuerpos reales,  es ciega. Llamamos sometimiento a la regulación de los cuerpos por parte de unos estatutos vacíos, ya sean para favorecer los Mercados Cattelan o para castigar y estigmatizar lenguas disidentes como en Gaza, o reclamos legítimos en cualquier universidad pública. La cultura promovida por cuerpos reales como los que emergen en la estética del grafiti, hace sobrellevadera la política vulgar que implementan las élites administrativas desde el Ministerio de Cultura. La cultura de museo, de feria de fantasmas, al servicio de los seguidores del Principe de Dinamarca, facilita que la política estrague los cuerpos reales. 

En la Facultad de Artes-ASAB, las artes marginales como el grafiti mantienen hoy un pulso político con la institución arte,  entendida  esta última como dispositivo necrobiopolítico. El estallido, la  eclosión profusa  de grafitis en sus muros augustos ha prendido las alarmas de  la política de patrimonio nacional, sacude la política que rige sobre los cuerpos que la habitan. Los grafitis que hoy nos salen al encuentro en algunos espacios,  recuerdan que una política no se impone valiéndose del dispositivo patrimonio ni de ningún otro dispositivo; manifiestan que cualquier política se acuerda entre iguales y se construye permanentemente; muestran que la vida, el arte y el patrimonio deben transitar por la misma vía. 

El dispositivo patrimonio que rige la cultura colombiana  no puede responder a las urgencias de les estudiantes de artes con cuerpos reales en contextos reales, mucho menos satisfacer las necesidades de las nuevas ciudadanías; las disidencias estudiantiles preguntan con razón qué tiene  que ver la cultura  de museo, de paredes impolutas sin germen alguno,  con la educación en artes, con la vida misma amenzada de extición. 

Como en el resto de Bogotá, les artistes de la ASAB proclaman que los grafitis llegaron a la Academia, quizá para quedarse. Esto dependerá del diálogo que se dé entre iguales, a pesar de que una y otra vez sus administradores, de buena fe, han impuesto una  política inmunológica, excluyente, sobre los cuerpos que habitan y hacen habitables los espacios del Palacio de la Merced. He aquí el dilema político del artista de grafiti: ser correcto y no decir nada, o ser incorrecto y hablar con verdad. 

 Los grafitis de La Merced manifiestan hoy que allí habitan cuerpos reales, que les afecta el hambre y el frío; les estudiantes declaran que sus cuerpos no son objetos museables, le exigen al Consejo Superior Universitario que apruebe ya la reforma propuesta por la asamblea universitaria hace varios años, le recuerdan que les estudiantes de artes requieren de una buena vez una nueva sede, que las artes populares también importan y que las artes auténticamente políticas ya están en casa. A propósito, hay mucho más arte en las propuestas de grafiti sin derechos de autor, que en las bromas de Maurizio Cattelan.

Queremos creer que una nueva escuela ha nacido dentro de la Academia Superior de Artes de Bogotá, abierta y diversa, con estética pero también con una política concertada con las bases. La tendencia del arte transmoderno la marca la estética y la política del grafiti, la del arte contemporáneo los Mercados Cattelan.  Sin embargo es más fácil transformar el neoliberalismo que reformar los estatutos de las universidades públicas de Colombia.

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