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Críticos de arte que nos expliquen la política

2010: futuro promisorio para la crítica de arte.

Según afirma Carlos Granés, columnista de El Espectador, las categorías de la política y de la ética ya no nos sirven para comprender la política de hoy. Propone a los críticos de arte que lleven su arsenal crítico allí en donde una auténtica renovación del arte se ha puesto en marcha. 

En Colombia, recuerda Granés, Antanas Mockus abrió de par en par esta puerta hace ya varias décadas. En este sentido, los críticos de arte aún no comprenden muy bien cuál es su lugar en las sociedades de hoy. Ahora todo político que se respete tendrá en su nómina un crítico de arte. ¡Ay! Sin duda, nos divertiremos mucho…

Lo que no sabe Granés es que el sistema del arte local no cuenta con ese arsenal crítico que presupone. Ignora que no solo los políticos de hoy dan risa. También los críticos de arte contemporáneo o comercial. Si a los políticos se les olvido qué es la política, a los críticos de arte contemporáneo se les olvidó cuáles son las preguntas que el arte como entramado social se plantea. Nunca lo supieron. Aislados en sus Salones, no tuvieron el coraje de preguntar qué es el arte real. En los últimos treinta años, el Ministerio de Cultura les ha enseñado que arte es duelo. Y pare de contar. ¡Con esta consigna tienen! 

Editor Liberatorio

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Son tiempos maravillosos para la crítica de arte, siempre y cuando el crítico salga de los espacios de exhibición habituales y siga la estela que dejan los políticos durante sus campañas. Para conquistar a un electorado estragado por los realities, Netflix, las trifulcas de las redes sociales o los programas de humor, un político ya no puede asumir la apariencia atildada y reverencial del estadista que entiende, por mencionar lo básico, de macroeconomía, relaciones internacionales y geopolítica, sino que se ve obligado a interpelar a sus posibles seguidores con gestos y puestas en escena llamativas. Más se juegan hoy en los programas de humor (El Hormiguero en España, El Show de Juanpis González en Colombia) que en los debates electorales, y por eso los reflejos de un actor o de un performer resultan más útiles que la austera rigidez del líder tradicional.

Aunque este elemento carnavalesco y estético en la política no es un invento latinoamericano, sin lugar a dudas ha sido aquí donde ha tomado formas asombrosas. Desde que tengo memoria, a las elecciones han concurrido personajes pintorescos, esos outsiders, los antipolíticos, que siempre hacían digeribles las tediosas noticias políticas para los niños. Ocurría en Colombia y ocurría en todo el continente. Ahí estaban la bruja Regina Once y el payaso Tiririca, siempre cosechando resultados electorales tan notables que otros políticos más vertebrados se veían tentados a recurrir a similares estrategias performáticas para propulsar sus mensajes. Recuerdo a Íngrid Betancourt repartiendo condones contra la corrupción en la puerta del Congreso, y aún, cuando la desmoralización me ronda, evoco a Antanas Mockus estetizando la política (es un decir) con aquel gesto que dejó ojipláticos a sus colegas congresistas: la bajada de pantalones en plena sesión parlamentaria. Un clásico al nivel del escorpión de Higuita.

Pues bien, esto que parecía tan nuestro, tan propio de la tórrida cultura política latinoamericana, está siendo copiado sin pudor alguno en el mundo entero. La cultura y la política occidentales se latinoamericanizan. En España la política se está convirtiendo en una excusa para el meme. Peor aún, en su materia prima, en el único performance que se discute, se comenta, se viraliza y que afecta la sensibilidad o al menos hace reír. Todo es gesto, símbolo, ritual. La antipolítica le gana terreno a la política a pasos agigantados. Mientras la ultraderecha crece de forma alarmante, un partido como Ciudadanos, que nació para enfrentar estas formas de populismo, se convierte en un colectivo de artistas. En cada una de sus comparecencias ante la prensa montan un performance. Sacan un enchufe gigante, al estilo del arte pop de Claes Oldenburg, para denunciar el enchufismo, o en pleno debate esgrime su líder un pedazo de adoquín —un objet trouvé— para denunciar los desafueros de los independentistas catalanes. También él se había desnudado hace diez años para darse a conocer, aunque —al césar lo que es del césar— con mucha menos gracia que Mockus.

La estetización es un elemento claro del populismo, y el populismo empieza a aflorar por todas partes: un terreno fértil, lleno de oportunidades, para críticos culturales y de arte, pero enervante para el ciudadano que no ve por ningún lado solución para sus problemas.

Carlos Granés

Publicado originalmente en El Espectador

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