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Fragmentos: la mejor obra de Doris Salcedo. Muy a su pesar, es un monumento; muy a su pesar, sigue siendo una “obra” de autor

Vacío, silencio y ausencia son algunos de los conceptos que ordenan las ideas de Doris Salcedo. Especialmente, son los que permiten comprender el qué, el cómo, el quién, el por qué  y el para qué de Fragmentos, la obra conmemorativa que el Estado colombiano encarga a esta artista, paradigma estético y conceptual del Régimen denominado Arte Contemporáneo.

Decir que Doris Salcedo encarna un Régimen contradice muchas de las declaraciones que la artista entrega al El Espectador en una entrevista extensa a propósito de la inauguración de Fragmentos, realizada el 9 de diciembre de 2018. La artista habla de poder, de historia, de totalitarismo, entre otros muchos conceptos; “(…) lo más importante es que no haya una historia totalitaria. Es que quienes detentan el poder en este país no solamente detentan la mermelada, sino el cómo se cuenta la historia, quieren dar una versión totalitaria de la historia.” A este respecto, Salcedo mira la paja en ojo ajeno: la historia del arte colombiano ejerce en la sensibilidad de los artistas un poder totalitario, un poder al cual la artista le debe toda su fortuna material e inmaterial. Sobre estas condiciones de producción la artista calla. 

En esta oportunidad, Salcedo sazona su propuesta monumental con especies ajenas a su cocina como son las realidades de género: las 1300 placas metálicas con las cuales se  diseña y cubre el piso de 800 metros cuadrados entregados a la artista, fueron intervenidas por mujeres violentadas;  “(…) Para darles mayor significado tienen cicatrices hechas a martillazos por mujeres víctimas de violación sexual durante nuestra guerra”, acota la artista. Salcedo no es ingenua: sabe que el contenido sexual es aquello que mejor vende en los mercados actuales.

Decepcionado con Fragmentos, el periodista echa de menos la belleza,  le plantea a Salcedo que la paz requiere una estética más  adecuada a las esperanzas que manifiestan al respecto millones de colombianas y colombianos. Sofísticamente, la artista responde que las armas no se pueden embellecer, que hacerlo sería “inmoral”. Aquí Salcedo abre un interesante debate de fin de año, días antes de inaugurar su Monumento Contra-monumento: “(…)  es una obra que no es vertical, que no es jerárquica, que no es monumental ni monumentaliza, que no cuenta una versión grandiosa”. Muy a su pesar, Fragmentos monumentaliza. Nada más vertical que la ideología que ha impuesto el discurso arte contemporáneo. Por lo general, este discurso jerarquiza, determina quiénes son artistas y quiénes no. Queramos o no, Fragmentos configura estéticamente una “versión grandiosa”  de los tratados de paz relatados por unas de las elites responsables de mucha injusticia social. Por otra parte, la artista no alcanza a intuir que su tradición estética constituye un monumento fúnebre, que su insistencia ad nauseam en el duelo divide, que los protocolos de circulación que ella legitima,  elitizan, jerarquizan y segregan.

Al “moralizar” el origen del material de la obra encargada, al no comprender a cabalidad  que la fundición del material de guerra abre otros horizontes,  Salcedo se aferra con desesperación a la retórica a la cual le debe todo su prestigio. Con esta compulsión se hace daño y le cierra al arte colombiano  otras maneras de sentir, menos luctuosas, no tan siniestras. Salcedo tenía la oportunidad de romper consigo misma y con la estética de Estado que se inspira en la tradición anglosajona.  Es oportuno preguntar: ¿Salcedo era la artista más adecuada para  salir del eterno duelo al cual el Bureau nos quiere someter, el Régimen del cual ella misma hace parte? La retórica de la víctima y la estética del duelo le impiden a la artista pensar con la serenidad que exige todo pensar;  “(…) yo no puedo presentar la muerte violenta de manera obscena y como es obscena está más allá de toda posibilidad de simbolización. Lo único que puedo hacer es presentar un silencio que genere ecos sobre lo que nos ocurrió”. La obsesión de Salcedo con los silencios sublimes propios  del romanticismo del siglo XIX,  con una concepción de la  muerte  centrada en la destrucción y la devastación, le impiden orientar su sensibilidad hacia unas simbólicas esperanzadoras, si se quiere bellas, como esperaba legítimamente el periodista que la entrevista.  Por otro lado, la artista no se percata de que aquello que realiza con los conceptos vacío, silencio y ausencia, es una representación.    

Salcedo acierta cuando dice que todas y todos somos sobrevivientes. Sería más apropiado hablar de supervivientes por la fortaleza espiritual de quienes han padecido directamente la guerra,  Sin embargo, yerra cuando somete a los supervivientes con la estética del duelo. El superviviente celebra la muerte con perspectiva vital. La muerte celebra la vida. Como en México, la muerte supervive de manera bella en la fiesta. No se supervive sin hacer de la muerte una fiesta. Salcedo insiste en que la vida debe entregarse a los ritos funerarios vacíos, silenciosos y ausentes. Más confusas son sus declaraciones acerca del trabajo colectivo:  “(…) siempre he tratado de borrarme, solo que en este caso, abiertamente, la volví más colectiva, aunque venía trabajando con colectivos, como en “Sumando Ausencias”, la pieza que hice en la Plaza de Bolívar, cuando perdimos el plebiscito, obra en la que participaron diez mil personas”. Noten: “la pieza que hice en la Plaza de Bolívar”. Salcedo sabe que el Régimen le atribuye a ella “Sumando Ausencias”, porque ella misma se la atribuye, así supuestamente  hayan participado diez mil personas.

Para terminar, Salcedo habla del nuevo espacio de arte contemporáneo que se abre con Fragmentos, mañana lunes 10 de diciembre. Se trata de un conjunto de tres salas de exposición: (…) “un lugar sublime donde cualquier artista puede presentar su obra con muchísima dignidad. Si la experiencia de la víctima no es narrada de una forma digna y elegante no se humaniza.” Cabe peguntar, ¿en verdad cualquier artista puede ingresar con sus obras a este lugar, o solo los artistas confesionales que han memorizado el humanismo neoliberal? Es importante resaltar que Salcedo comenta que ya tienen seleccionados a los dos primeros artistas: “(…) ya tuvimos la fortuna de escoger a dos grandes artistas, Clemencia Echeverri y Felipe Arturo”, dice. Cabe preguntar: ¿tuvimos? ¿Tuvimos quiénes? ¿Quién controla esta espacio?

Como millones de colombianas y colombianos, Doris Salcedo tiene vocación de paz. Por ello mismo, elogiamos su postura política, así haya sido tardía. Antes del plebiscito por la paz no dijo nada. Otra cosa es la estética discusiva con la cual aborda las realidades colombianas. Esta estética abreva en una política de las imágenes que no es de Salcedo, una estética incapaz de generar los diálogos amplios e incluyentes que el país demanda. Este es nuestro diferendo con esta gran artista.  

Entrevista AQUÌ:

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