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¿Quién está interesado en que el San Juan ya no sea de Dios sino de los Fantasmas burocráticos enquistados en sus restos?

 

La burocracia del antiguo Hospital San Juan de Dios no cree que para garantizar igualdad de derechos sea necesario pensar diferencialmente. Así este criterio lo establezca claramente el decreto 762 de 2018 y otras disposiciones a nivel Distrital, los renponsables del cuidado del San Juan aseguran que todos y todas somos iguales. No comprenden que dentro de una realidad como la colombiana, para ser iguales se requiere activar un enfoque diferencial que nivele a los iguales en la letra pero desiguales en las prácticas reales. Con la lógica inclemente de su indeclinable fe en el papeleo, la burocracia que controla el San Juan de Dios, gobierna los cuerpos rotos de una historia que se nos hurta día trás día. Muestra su señorío en cada una de las acciones  con las cuales aplana la realidad de aquellas y aquellos que salen a su encuentro solidariamente. Toda burocracia es soberbia. Mediante protocolos fantasmáticos crea unas soberanías abyectas de espaldas a las ciudadanías solidarias que trabajan cooperativamente, con personas y no con certificados o polizas de seguros.

 

 

El Hospital San Juan de Dios de Bogotá es un reflejo de un país que cree en todo tipo de fantasmagorías. Actualmente, es tratado como un conjunto de trastos rotos dentro de un paisaje devastado por la arrogancia de quienes están obligados a servir y a apoyar diferencialmente las iniciativas sin ánimo de lucro, aquellas que realizan proyectos cooperativos y solidarios. Asediada por el olvido, su arquitectura está tan destruída que no constituye ninguna amenaza para el Régimen que la administra. Tampoco ofrece ningún peligro real para sus trabajadores o para sus visitantes. No existen registros de accidentalidad o daños a visitantes. Así de inofensivo es el San Juan, el cual dejó de ser “de Dios” y transitó a  ser “de Los Fantasmas”. Sin embargo, sus administradores insisten en presentarlo como “un individuo peligroso”. Como se sabe, de tiempo atrás esta “peligrosidad” vende, en Colombia especialmente.

 

 

Las ruinas del antiguo San Juan de Dios no constituyen un peligro inminente para quien quiera conocerlo. Aún así, sus directivas no facilitan el acceso de agentes ciudadanos o culturales a este pedazo de historia nuestra. A pesar de que no hay registros de accidentes dentro de sus predios, entrar hoy al San Juan de Los Fantasmas a realizar cualquier tipo de reconocimiento artístico, ciudadano, cultural o histórico, es solo posible para quienes pueden financiar y agotar todos sus comités y protocolos. En efecto, los protocolos que regulan el ingreso están diseñados para excluir a quienes no sean promesa de utilidad política o ganancia burocrática.

 

 

Pese a que el decreto nacional 762 de 2018 y otros de carácter municipal obligan a las instituciones a implementar dentro de sus políticas públicas un enfoque diferencial para garantizar igualdad de derechos a amplios sectores vulnerados, las  lógicas fantasmáticas de las directivas de las ruinas del Hospital San Juan de Los Fantasmas impiden a un colectivo de ciudadanías diversas realizar una visita a este espacio. Imponer como criterio de entrada, tener que presentar ante la institución una póliza para protejerse ella misma de los fantasmas que rondan a sus dirigentes, excluye a sectores vulnerados por tradición en todos los órdenes. Los inofensivos fantasmas que retozan a sus anchas o vagabundean en el San Juan de Dios, enturbian el juicio de quienes por misión están obligados a integrar poblaciones vulneradas y vulnerables, pero sobre todo a servir el interés público.

 

 

La enfermedad de la burocracia no nos ocasionará la muerte ciudadana. Las artes nos ofrecen el horizonte desde el cual hacemos frente a este totalitarismo de papel. Seguimos adelante, así el totalitarismo burócrático y jurídico del San Juan funcione perfecta e impunemente porque opera silenciosameante en alianza con otras instituciones que profesan su fe en el progreso del papeleo.

 

 

Luego de una presionada visita relámpago al San Juan de Dios para escuchar las imposiciones que se deben cumplir para pensar solidariamente estos espacios, urge preguntar ante la también arruinada opinión pública:

 

 

1) ¿En manos de quién se encuentra la historia nuestra?

 

 

2) ¿Con qué criterios se administran los muñones de memoria e historia que sobreviven?

 

 

3) ¿Son estas las manos generosas y los criterios más adecuados para propiciar un diálogo cooperativo con las ciudadanías solidarias que requiere hoy más que nunca el San Juan?

 

 

4) ¿Por qué a la ERU, entidad responsable del cuidado de esta memoria, no le interesan los diálogos solidarios?

 

 

5) ¿Por qué se obstaculizan acciones que intentan poner en diálogo al San Juan con la ciudadanía?

 

 

6) ¿Por qué existe un silencio político acerca de los usos actuales de los restos del San Juan?

 

 

7) ¿Por qué la aplanadora burocrática es quién decide quién entra y quién no a nuestra propia historia?

 

 

8) ¿Quién está interesado en que el San Juan ya no sea de Dios sino de los fantasmas burocráticos?

 

 

Ahora bien, son los artistas quiénes mayor empatía han mostrado con el San Juan de Dios. Ojalá sea desde las artes que se formulen las preguntas necesarias para activar el San Juan  para que vuelva a ser San Juan de Dios y sea devuelto a sus legítimos dueños. Ojalá la egocéntrica y fragmentada academia local se una y haga frente común para que el San Juan de Dios se constituya en un centro solidario y cooperativo de las artes.

Hace diez años visité el San Juan de Dios. Hoy vuelvo y lo encuentro igual de potente, pero más podrido. El San Juan lucha por sobrevivir. Sin embargo, la férrea burocracia que lo administra cierra sus accesos a la cooperación ciudadana, actualmente su única opción de vida. Salvo una o dos excepciones, si evaluamos la gestión de la ERU en el San Juan, por lo que encontré hace diez años y lo que encuentro hoy, urge que este patrimonio lo cuide otras manos.

El Hospital San Juan de Dios es administrado por la Empresa de Renovación Urbana de Bogotá (ERU), entidad adscrita a la Secretaría Distrital del Hábitat.

 

Fotografías: cortesía del artista y fotógrafo Ricardo Muñoz Martinez

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