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José Alejandro Restrepo en El Parqueadero

Cadáveres Indisciplinados es la figura de la cual se vale Restrepo para  ordenar las imágenes de  su última producción. El artista relaciona el referente ideológico que pone en marcha en Habeas Corpus  y la experiencia escénica apropiada durante su participación en el VII Premio Luis Caballero.  En especial, dialoga con aquella práctica de examen de sí mismo que  San Ignacio de Loyola denomina  ejercicios espirituales. En esta oportunidad, con la expresión “disciplinado como un cadáver”, atribuida al santo, ordena de manera desordenada sus inquietudes acerca del cuerpo, el poder, la fe, el martirio y el delirio. Artista que no desordena no logra decir algo de interés para comprender nuestro retardo aquí-ahora.
Restrepo contradice a San Ignacio. Mediante un giro retórico, sostiene que, lejos de lo que el santo cree, los cadáveres son indisciplinados. Demuestra su hipótesis, en primer lugar, citando algunos ejemplos acerca de cómo los vivos trafican con cadáveres de grandes líderes sociales y religiosos, y en segundo lugar, mostrando los usos políticos e ideológicos que se han hecho de esos cadáveres a los cuales “los vivos” les hurtan la libertad de morir dignamente. Una simple inspección del relato curatorial muestra que los cadáveres sí son disciplinados.  Por otro lado, el artista no se percata de que el problema de morir es más complejo. No comprende que los duelos pueden hacer naufragar hasta el más cuerdo de los mortales. Desconoce que esta problemática trasciende las lógicas del cadáver empírico que le  inquietan y expone ante la mirada morbosa del espectador de arte contemporáneo. En la acción de morir lo relevante es el duelo, es decir, lo que cuenta son los vivos avivados que deben hacer frente en vida a su sino.

Restrepo sabe la diferencia conceptual que separa a un cadáver de un muerto: el cadáver desaparece, el muerto no. Deliberadamente, Restrepo habla de la muerte, de esta condición de existencia con la cual los seres humanos deben lidiar. Sin embargo, sesga su lectura del final de los cuerpos. Opta por emprender sus ejercicios guiado por la noción de cadáver. Para él, lo real es el cadáver. Tiene razón. El cadáver tiene la propiedad de chuparse todo asomo de luz. Sin embargo, por medio del habla el ser humano se construye en los bordes de ese real que es el cadáver. El ser humano es esencialmente símbolo. Lo real es aquello que se localiza más allá del pacto simbólico que hace de los vivientes seres hablantes. Esta decisión más retórica que conceptual aleja al artista de la metafísica que genera la inquietud por la muerte. Restrepo es un escéptico y un ironista. Su escepticismo lo arroja en brazos de la mejor tradición occidental de ironistas. El sesgo ideológico que determina su pensamiento, le facilita asociar equívocamente los rituales funerarios con patologías psicológicas y prácticas políticas y rituales que alteran la realidad social. Para ilustrar esta última idea expone unos grabados con motivos religiosos, los cuales, a manera de comentario, están enmarcados con restos de plantas alucinógenas.

Restrepo relaciona su producción plástica actual con su propio archivo y de manera especial con el Museo de Cera de Piedecuesta, Santander. Más allá del homenaje póstumo a Augusto Martínez, su fundador, Restrepo realiza una curaduría dentro del Museo para seleccionar diez figuras de cera de líderes mundiales, como el Ché Guevara, Pablo VI, Fidel Castro, Eva Perón, Juan Pablo II, Jorge Eliécer Gaitán, entre otros. Con los fantasmas que habitan las figuras, sus archivos y su imaginación,  pone en escena en El Parqueadero dos instalaciones que impactan los imaginarios hedonistas de quienes ya no se preguntan, como el mismo artista, en qué consiste la libertad de morir.

Pese a la reiteración de problemáticas religiosas aún no resueltas por el artista, la exposición tiene varios méritos. En primer lugar, el homenaje al artista empírico, en especial a Augusto Martínez. En segundo lugar, el diseño de una máquina tragamonedas en la cual ingeniosamente se recrea una creencia popular respecto a cómo alguna señal de un muerto se convierte en signo de buena fortuna. El Cementerio Central de Bogotá está lleno de estas fantasías populares. En tercer lugar, las impactantes instalaciones de figuras de cera. Menos interesantes son los videos acerca del Museo de Cera ya mencionado y aquel en el cual Restrepo relaciona a Hamlet con un sobrino de Pablo Escobar, y otro más acerca de la casa de habitación de Jorge Eliécer Gaitán.

Como suele presentar sus ideas en sus instalaciones, Restrepo distribuye un periódico de su autoría en el cual se relaciona la necrología y la necrografía que diseña el artista. Tiene interés porque allí Restrepo recoge todos sus apuntes sobre el tema, los cuales se constituyen en la memoria de la exposición y en guía hermenéutica para el visitante. Llama la atención la diversidad de fuentes, intuitiva, un tanto arbitraria, caótica e ideológica pero llena de interés, como la entrevista realizada a Gloria Gaitán.

A futuro, el artista debe sopesar su interés por la pulsión de muerte que lo ronda de tiempo atrás y considerar otro horizonte de autocomprensión, por ejemplo,  la inquietud por la muerte que es aquello que le da sentido a la vida, así, constatemos casos en los cuales los vivos  reducen a cadáveres algunos muertos.

Ojalá esta alianza económica y cultural de El Parqueadero con el Idartes reactive el programa de exposiciones del primer espacio, con artistas contemporáneos que animen la precaria vida cultural de Bogotá.

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