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Guillermo Villamizar: Arte social: de la representación a la acción

El ensayo de Guillermo Villamizar, Arte social: de la representación a la acción, tiene mérito por varias razones. En primer lugar, porque, hasta en sus salidas más triviales, escribir hoy acerca de arte es un anacronismo. El anacronismo es la salida emancipadora con que cuentan hoy las escrituras artísticas, así la escritura de Guillermo no logre evadir el cerco impuesto a la imaginación artística por parte del arte contemporáneo, objeto de su crítica. En colaboración con el Estado, el dispositivo “arte contemporáneo” diluyó la crítica y con ella la imaginación emancipante. Solo hay emancipación en la imaginación. Por el ello mismo, hoy la emancipación es una imposibilidad práctica.

En segundo lugar, el documento es relevante por su densidad, por ello mismo por la riqueza en tensiones y en algunas prolíficas contradicciones. No es mi interés aquí marcar estas tensiones, pues, el autor mismo las intuye. En tercer lugar, porque recoge algunas ideas dispersas en el ethos artístico hegemónico. Es oportuno resaltar que existen muchos más ethos de los que Guillermo menciona. Es más, el ethos social en donde se localiza Guillermo es un hijito del “ethos político” actualmente imperante en Colombia. Como se sabe, este ethos hegemónico actualmente es cuestionado desde diferentes frentes: desde el activismo, por Yecid Calderón; desde la imaginación artística, por Dimo García; desde las apuestas performáticas, por Luis Fernando Arango, Julián Zapata, Billy Murcia, Tina Pit, Dalila Velvet, Alejandro Jaramillo  y Oscar Salamanca, entre otros; desde la crítica independiente, por Ricardo Arcos Palma; y desde la academia crítica, por Liliana Cortés.

En cuarto lugar, vale la pena detenerse en algunas de las ideas esbozadas porque el autor trabaja intensamente de tiempo atrás en la simbolización de los imaginarios artísticos. Sin embargo, como hacen algunos artistas del “ethos hegemónico” (régimen estatal dominante), Guillermo fundió lo imaginario en lo simbólico, en perjuicio del primer registro. Es decir, el “arte social” que se expone a lo largo del texto consiste en el comienzo, una vez más renovado, del “fin del arte”, se trata de dar un puntillazo adicional dentro del coro que canta el final de la imaginación. En quinto lugar, porque, así su texto refrende aquellas tendencias anglosajonas que, contradictoriamente, hacen del logos iconoclasta “obras de arte”, su propuesta nos ayuda a comprender el fango mercantil en donde estamos sumergidos.

No pretendo analizar punto por punto las ideas que Guillermo nos comparte. Sin embargo, voy a acotar a groso modo dos de los ejes de su argumentación. Por una parte, pienso que los conceptos “representación” y “acción” son rezagos de una estética moderna ya incapaz de sacar la cara por los artistas y el pensamiento imaginativo. Nuestra época dejó de propiciar tiempos y espacios para la acción. Para bien o para mal, el mundo se transformó. La digitalización de los cuerpos exige hoy otro tipo de herramientas conceptuales. Además, la peste burocrática y mercantil hace estragos en la imaginación de los artistas que el Estado y las Ferias acreditan. El sano entendimiento recomienda ponerse a salvo. La mayoría de los artistas se refugian en sus blogs de Facebook, es decir, en la boca del lobo. Debemos prepararnos para los   totalitarismos estéticos que se vienen encima.

Por otra parte, Guillermo hace eco de ideologías estéticas hoy en día muy cuestionadas. En especial, las prácticas sociales como alternativa a las prácticas de estudio. Por ello vale la pena mirar, así sea someramente, cómo se anudan, para revisarlas y repensarlas.

1) El arte es una potencia transformadora. El arte no transforma nada. No soluciona nada, porque su mérito es inventar imaginarios que nunca logran realizarse. Su virtud es fracasar, consiste en mostrar salidas que llevan al mismo lugar, una y otra vez. Atisbar esas salidas inútiles es el mérito en las apuestas de todo artista.

2) El arte contemporáneo es una revolución. Es un abuso teórico hablar de revolución cuando en verdad se trata de implementar prácticas de sometimiento de la imaginación. Guillermo tiene claro cómo opera este totalitarismo larvado, en especial cuando reflexiona acerca del “arte político”. Sin embargo, según Guillermo, la diferencia entre “arte político” y “arte social” consiste en que este último es acción pura, es decir, sin objeto. Olvida que entre lo político y lo social existen lazos que permiten transitar cómodamente de un escenario al otro.

3) Prácticas de estudio y prácticas sociales. Prácticas privadas y prácticas públicas. Estas prácticas que Guillermo peyorativamente llama de “estudio”, son la salida —así sea inútil— del totalitarismo del “arte político” y el “arte social”. A través de este tipo de prácticas el artista hace un examen de sí mismo.  Los agentes del “arte político” y el “arte social” reivindican una superioridad moral que están lejos de tener, precisamente porque no han sometido sus creencias e ideologías a un examen sincero, pero sobretodo riguroso.

 

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