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Dislocaciones, la instalación performativa de Mario Orbes en el II Salón de Arte Joven

Kanyi Iru, un usuario de la página de Facebook Libertario Arte Contemporáneo, se queja de la oscuridad con que se registra la primera exposición del II Salón de Arte Joven. Agradecemos su aporte. Su apostilla nos sugiere volver a escribir la reseña de otra manera, quizá menos “oscura”, es decir, sin recurrir a un lenguaje técnico. Se puede intentar vulgarizar el ejercicio. Sin embargo, y sin pretender justificar el uso de lenguaje técnico en la breve reseña publicada, nuestro punto de vista es el siguiente: cuando se trata de ejercicios artísticos en donde el cuerpo imaginado del artista se entrega al espacio y a su público, la simbolización de este gesto exige precisión expresiva. Contrario a aquello que piensa el vulgo, no se trata sólo de “empelotarse”. Se tata de vaciar el cuerpo de todas las creencias, los códigos y los discursos que lo amordazan. En este acto no trivial, el gesto del artista demanda reescrituras críticas pero no banales. Vaciado el cuerpo, el artista se disuelve en nada, solo es presencia ausente: fuga, existencia.

 

En casos como el que comentamos, el cuerpo del artista se despedaza al entrar en contacto con la masa pública ávida de novedades.  El artista piensa una imagen que sale de su cuerpo en trance, en tránsito. Toda performance relevante consiste en una fuga del  cuerpo dado, es trance que reclama o clama por un signo en medio del desierto humano. En la performance, el concepto y el sujeto quedan fulminados, disueltos. Cuando el cuerpo se piensa, se disuelve, entra en la existencia. El artista queda expuesto, no está ni dentro ni afuera: transita hacia lo desconocido. Este paso hacia la existencia es el acto más radical dentro de las prácticas artísticas de hoy. Técnicamente, se le denomina “cuerpo existente” para diferenciarlo de los cuerpos triviales que suelen deambular dentro de la cotidianidad de los espacios públicos.

Mario Orbes

Como el cuerpo en trance no es un acto trivial o gratuito, quien se atreva a hablar acerca de este gesto de morir ante un público culto y por ello mismo indiferente, en lo posible y por respeto al artista se debe recurrir a un lenguaje técnico. En estos casos, usar el lenguaje común dentro de una práctica crítica, no contribuye al despliegue y comprensión de la idea del artista. Y esto es lo importante en toda práctica crítica. Tratar de asir el sentido que fluye en las ideas de los artistas. La crisis que actualmente acusan las artes consiste en eso. La banalidad de la escritura artística contemporánea es incapaz de dar cuenta de las ideas de un artista.

En general, el lenguaje común o prosaico ama decir nada porque está destinado a quienes nunca dicen nada para no molestar, para no equivocarse, para evitar el riesgo de existir. No es el caso de los artistas de performance. Estos saben, que la existencia fulmina y renueva. Todo ejercicio artístico consiste en lanzarse al flujo de existir. Cuando no se percibe esta experiencia, el espectador no es tocado. Y sin “toque” no hay nada. Solo objetos móviles de arte, de esos que salen a pavonearse en Artbo. Y no nos referimos a las piezas de los artistas. El arte del pavo es la expresión colectiva más contemporánea.

Finalmente, como recientemente reconocen artistas y críticos en un debate acerca de la performance, así como hay  mala pintura, existe mucha performance trivial. No es el caso de la instalación performativa de Mario Orbes. Su metáfora se capta o no se capta. No se traduce a la prosa del sentido común.

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