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Las luces y las cámaras del arte se ponen al servicio de la locura del fin de los tiempos

 

Esta imagen maldita se convierte en una alegoría de lo real que marca nuestra época nefasta. (Lo real es maldito porque, cuando se manifiesta dentro de la cultura,  la disuelve completamente). Ahora, como suele suceder, los artistas no pasan por alto este tipo de acontecimientos que hacen volar por los aires las ínfulas del mundo reducido a arte, a una bella representación para Feria de Arte.

De cuando en cuando, cuando nadie se lo espera, con sus alegorías, la vida produce verdades incontestables y fulminantes. ¿Quién cae aquí y rueda por los caminos insondables de la vida entendida como reiteración de la muerte?  En este caso, se trata del anuncio velado de la muerte del arte institucional y el acontecimiento de lo que llamo el arte post-contemporáneo.

Con frecuencia, el arte de galería destruye la libertad y la verdad que reclama la vida como expresión de muerte anunciada. Contrario a aquello que piensan algunos artistas, yo no creo que este acto de locura sea una performancia. Al contrario, esta locura deja a las performancias como un arte del pasado que queremos olvidar ya, junto con las performancias.

En este acto de locura se junta el hambre de los artistas con la desbordada gana de comer de los comerciantes de arte. La alineación de los astros es perfecta, se anuncia el nacimiento del nuevo emperador, Donald Trump. Su despotismo generará todo tipo de resistencias. En ellas se configurará otro tipo de sensibilidad. ¿Quién se le apunta? En Colombia, ¿quién osará salir del cómodo y noble regazo del arte institucional que se dirige desde el Ministerio de Cultura?

 

 

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