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El arte de la razón cínica

Fue muy conmovedor el silencio a lo largo de la carrera séptima durante la velada en la cual los estudiantes recordaron la Marcha del Silencio de Gaitán y su Oración por la Paz de Colombia.

Poco a poco vuelven las palabras. Ya podemos comenzar a elaborar nuestro duelo. Así haya poco que hacer. Ayer tarde, anoche 5 de octubre de 2016, por doquier miradas inquietas, velas lánguidas y sentidas, flores blancas rezumando angustia, faroles imposibles recordando la precariedad de la existencia, cientos de banderas ondeando nuestra desazón.

Respetuosos los vendedores ambulantes que tienen colonizada la antigua “Calle Real”, aquellos sujetos del rebusque que sólo tienen un pedazo portátil de cemento al cual aferrarse, se hacían a un lado, apagaban sus cajas de parlantes, recogían sus trastos de mercancías chinas, dejaban de ser los artistas de nuestras miserias y se convertían en espectadores del dolor.

Luchammos por no decirlo pero no ganamos nada con callarlo. Es más, si no lo decimos, nos perdemos aún más dentro de este limbo nacional. Este cuerpo multitudinario era un funeral. Nunca antes vimos algo semejante. Ni siquiera la noche de duelo por los diputados de la Asamblea del Valle masacrados. Se trataba de otro tipo de masacre. La masacre de todos aquellos corazones que no resistimos más violencia.

El himno nacional en la Plaza de Bolívar nos hizo llorar. En este instante, tuvimos la esperanza de que aún podíamos aspirar a ser un pueblo. Pero no, ni siquiera Bogotá puede con el Leviatán feudal que nos gobierna como a siervos de la peor calaña. ¡Tanta conmoción! ¡Tanto dolor! ¡Tantas dudas! ¡Tantos sentimientos encontrados!  Estamos en la primera fase del duelo nacional. Todo esto porque, según Francisco Santos en su mensaje a la ONU y a Europa, Colombia tiene los estándares de justicia “más altos del mundo”. ¡Ay! ¡Todo un artista de la razón cínica!

 

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