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Salón Nacional de Artistas: epopeya de un pueblo olvidado que Aún no logra existir

Una acción del artista llanero Luis Apolinar sacude el 44 Salón Nacional de Artistas (44SNA). Esta insumisión no pasa desapercibida para la gran prensa. Arcadia la registra con elogios. No es para menos. La corrección estética y política del arte colombiano de los últimos treinta años, no permite prever o sospechar algo en sus Salones que se localice por fuera de los protocolos que rigen la asimilación estatal de los gestos de los artistas colombianos. El SNA es un dispositivo contra-acontecimental. Por ello mismo, de cuando en vez se aprecian audacias como las de Luis Apolinar, las cuales, sin duda, son acontecimientos que sacuden y ponen a pensar. No exagero al hablar de acontecimiento. Pues, ¿de qué otra manera podemos referirnos a un paisaje contemporáneo que irrumpe con descaro dentro de un paisaje decimonónico e interrumpe el Rosario de Autoelogios que tienen que soportar quienes aún tienen la fortaleza para visitar un Salón de Arte?

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La performancia que incendia los estantes del 44SNA fue pensada con cuidado durante un año. Mediante un collage sonoro, el artista enlaza su acción y la canción popular Macondo con volantes propagandísticos y pistas radiales que invitan a comprar y vender. La idea tiene una motivación y se despliega mediante la estrategia del mitin. Y lo más importante: a tal punto logra confundir, que el artista es retirado a la fuerza del espacio de encuentro. La ingenuidad del dispositivo de seguridad del 44SNA, garantiza el éxito del artista.

Apolinar es un artista independiente residente en Bogotá. Llega a Pereira por sus propios medios, siguiendo el olor a mercancía que dejan tras de sí algunas de las obras instaladas en la ciudad. No milita ni en el Aún ni en Curare Alterno. Hace obra gráfica y, por primera vez, explora este tipo de estrategias performánticas. El artista se resiste a dejar en el olvido los males del arte actual: la ausencia de crítica de arte y la injerencia del mercado en los procesos de creación, dos síntomas que hablan con creces acerca del síndrome “arte contemporáneo”.

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Muchos artistas reclaman la crítica que Apolinar echa de menos. Un artista profesional sabe que sin crítica no es posible ampliar ningún pensamiento. Sin crítica, el artista no puede persistir en su equivocación fundamental: pensar de otro modo.   Como afirmaba Octavio Paz “La crítica es el aprendizaje de la imaginación en su segunda vuelta, la imaginación curada de fantasía y decidida a afrontar la realidad del mundo. La crítica nos dice que debemos aprender a disolver los ídolos: aprender a disolverlos dentro de nosotros mismos” (Paz, 2000, 317-318).

Sin criterios no existe crítica cultural ni artística. Los artistas tienen claro que sin un ejercicio escritural que proporcione relieve plástico a sus gestos, sus ideas quedan desprovistas de mundo. Con frecuencia, se aprecia a los curadores gestando la producción de escrituras que sean adecuadas a las propuestas de los artistas, aunque por lo general poco logran. Con razón, los artistas se quejan de la charlatanería erudita o comentarista que generan la mayoría de sus propuestas.

Recientemente Louis Larrota, lector inquieto con el 44SNA y Curare Alterno, reclama escritura crítica. En Facebook, propone superar la crítica a los dispositivos curatoriales y girar hacia la crítica de la obra, pues, tiene claro que  la crítica ajusta lo que tiene de ajustable toda obra de arte.  Afirma que:

“Cada quien hace una apuesta estética en la que lanza sus predicciones. A lo que siguen ciegos algunos es a que no hay criterio que lo abarque todo, no hay criterio que no excluya. En cada apuesta quedan muchos por fuera. Aquí Jorge Peñuela habla de que no quiere que el mercado imponga una imagen de lo que es el arte a través de los salones nacionales y habla de algunos artistas que escapan a esa lógica. Me parece significativo rescatar para la discusión que algunos de esos artistas que él reivindica en esta entrevista, como creadores que se escapan a las dinámicas del mercado y que hablan con verdad, están hoy en la exposición del 44SNA.
Esto es significativo porque podría direccionar la discusión en otros sentidos. Ya se ha hablado de mercado, de curadores, de exclusión y de manos oscuras, pero se ha dejado de lado las obras. Y esto ocurre en ambos casos, tanto en el 44SNA como en el Curare. Se empezó la discusión sin tener en cuenta a los artistas y las obras que componen los dos salones. No se ha evaluado de qué zonas provienen las propuestas; ni tampoco si son artistas de galerías o completamente ajenos al mercado. Si han expuesto en salones regionales o no. Es decir, se han expuesto nada más que prejuicios. Pues bien, ahí están las exposiciones.

Por lo que he visto hasta ahora, hay una participación de artistas desconocidos en los circuitos del arte que provienen de zonas muy diversas del país y que aportan nociones muy diversas sobre el territorio. Ya salió una primera mirada de Jaime Iregui y William Contreras que coinciden con Peñuela en mencionar a Ricardo Muñoz, que para esta ocasión, continua con la experimentación a través del vídeo. 
Destaco el aporte en Esfera Pública, donde se asumió el ejercicio de reflexión, un poco haciendo al lado los prejuicios con los que se vincula la institucionalidad y mejor evaluando reposadamente los hechos. Ojalá las futuras críticas se salgan de la comodidad en la que les gusta encerrarse y aterricen la mirada en lo que hay: un salón nacional y un curare alterno llenos de obras.”

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Larrota tiene razón, hay que volver a hablar acerca de las propuestas de los artistas, pues sin escritura crítica no hay obra. No obstante, para ello se requieren criterios. Hablar por hablar desgasta el lenguaje y se termina lisonjeando sin ton ni son o matoneando al artista mediante actos de fuerza. Esto se viene haciendo hace veinte años. Elevamos acríticamente a unos pocos eliminando a muchos otros sin criterios. Aún no llegamos a ningún Pereira, a pesar de que Aún estamos allá.

Los criterios emergen de diferentes realidades:  del espacio del artista, del espacio de la obra, del espacio expositivo y del espacio crítico. Estos cuatro lenguajes se tensan en una escritura crítica. De esta tensión emerge aquello que se muestra como goce artístico. Renunciar al goce es renunciar al arte. Se puede renunciar. Pero, para ser coherentes, es necesario repudiar públicamente los espacios del arte y no volver a habitarlos.

Los criterios acerca de las diversas espacialidades mediante las cuales se despliega el pensamiento de un artista, Aún no los hemos construido. No existe interés en el mercado por la crítica. El Régimen Curatorial la suprimió, liberó al campo del arte de los criterios de comprensión y evaluación modernos, pero arrojó a los artistas al fuego del Etna. Como se sabe, este vacío incandescente lo ocupó la Feria. En sus estantes se cuecen todas las ideas igualitarias que logran sobrevivir en la actualidad. El sujeto de la historia global —El Mercado— no deja títere con cabeza.

Ahora bien, si no tenemos criterios de evaluación, entonces, no se puede hablar de “obra de arte” ni de las obras de los Salones. Por ello mismo, llamo la atención en varias oportunidades acerca de la importancia de evaluar el Régimen Curatorial que se toma el Salón Nacional desde hace veinte años, sin saber a ciencia cierta qué es lo que significa aquel espacio para los colombianos o a quién “representa”. La performancia de Apolinar invita a pensar  si este es el momento de estudiar si vale la pena que el Estado mantenga y sostenga con recursos públicos un estímulo artístico que genera exclusiones sin criterio conocido.

Larrota acierta cuando plantea cernir muy bien los espacios artísticos que hacen presencia hoy en Pereira. Me parece que este sería un aporte muy importante para comenzar la evaluación que propongo: estudiar la procedencia de cada uno de los artistas expuestos, de la misma manera que se estableció en el 43SNA la relación directa entre la elección de los artistas y las “investigaciones” de los galeristas. Estas relaciones invisibles es lo que nos urge evaluar. Los espacios universitarios de Pereira pueden hacer este gran aporte al campo del arte colombiano. La pregunta que nos asalta ahora es la siguiente: ¿por qué no se está haciendo ahora? ¿Por qué el Ministerio de Cultura no ha generado aún este tipo de vínculos entre el Estado y la Universidad Pública?

Con esta evaluación en la mano, nos podemos dirigir a la sala de dibujo del próximo Encuentro Nacional de Artistas. Allí se pueden pensar los criterios de este Evento. Se puede imaginar la creación de un espacio con reglas claras, que no genere exclusiones, que no sostenga pequeñas aristocracias artísticas sin legitimidad. En general, se puede soñar un espacio igualitario. ¿No es esto lo que se acuerda con los protocolos que regularán la Paz?

¿Que la igualdad no tiene nada que ver con el mérito artístico? En efecto, este criterio Aún se puede sostener, pero no puede ser financiado por el Estado. Llamo aristocracia artística a la idea de organizar un espacio con el concepto de “los mejores”. Denomino legitimidad, a aquel proceso en el cual la selección de “los mejores” tiene unas reglas transparentes. Ojalá Viky Benedetti ponga al tanto de estas inquietudes a Carolina Ponce de León.

Bibliografía:

Paz, Octavio (2000). Posdata, en el Laberinto de la Soledad. México: F.C.E.

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