Por: Jorge Peñuela
Fecha: octubre 6, 2014
El artista y la catástrofe
Los artistas contemporáneos en Bogotá tienen Talón de Aquiles. Han pretendido darle “voz a los que no tienen voz” y no han sido capaces de darse esa voz a sí mismos. El artista en Bogotá no existe porque no tiene cuerpo al cual darle voz. Sólo a los que tienen cuerpo se les puede dar voz y reconocérseles políticamente. Negándose a sí mismo, el artista contemporáneo en Bogotá ha optado por darle voz al Otro cultural o marginado políticamente. Quienes sospechan de esta moda tienen algo de razón: ¿cómo puede el artista comprender el cuerpo de las víctimas que llaman su atención, si ni siquiera puede comprender el suyo propio, si no puede visibilizarse a sí mismo como cuerpo político, es decir, con voz y voto. El artista contemporáneo en Bogotá no ha visto la víctima más evidente de este régimen económico; él mismo. Paradójica o perversamente, él mismo es víctima de un régimen que ha asimilado muy bien. Algunos artistas contemporáneos son críticos acérrimos del régimen capitalista pero sólo se mueven bajo la promesa de un premio económico. Si no hay dinero de por medio ya no hacemos nada. Respiran sólo si hay dinero.
He dicho que aquellos que de una u otra manera se han visto exaltados por encima de sus colegas, adquieren una responsabilidad moral con la ciudad y con el campo del arte, así éste sea por ahora un signo de interrogación, pedazos de intereses que son han logrado discernir qué es lo que quieren. Esta responsabilidad consiste en devolverles algo para que contribuya a que otros y otras puedan aspirar a esta distinción. Ante la catástrofe de las políticas culturales en Bogotá, sigo sorprendido por el silencio de los ganadores del Premio Luis Caballero; me preocupa que sigan encogidos de hombres ante su desdibujamiento y su inminente desaparición. ¿Se habrán enterado de la crisis? ¿Habrán pensado algo? Me da la impresión que los ganadores de este estímulo han tomado y guardado la bolsa y no le han aportado nada a la ciudad que los ha destacado. Pero el asunto no se limita a los ganadores, también los nominados al premio adquieren una responsabilidad. Hablo de responsabilidad porque el artista que respetamos de nuestros días no es el esteta de antaño. El artista contemporáneo pregona y se ufana de tener un compromiso ético con la sociedad de la cual hace parte, pero, en muchos casos, es sólo de dientes para afuera, es decir para sacarle provecho económico a este estado de cosas. Guillermo Villamizar lo ha dicho de manera cruda pero certeramente: el ADN de los artistas es el mismo de todos y todas las colombianas: en el momento de asumir una responsabilidad, “todo el mundo tira por su lado”.
He planteado que la tradición que se ha constituido en torno al premio Luis Caballero es el cuerpo que nos puede hacer visibles políticamente ante el próximo alcalde. He propuesto a los lectores de este medio propiciar encuentros con los candidatos a la alcaldía y generar diálogos directos con ellos para que se nos reconozca como cuerpo político, es decir, como un campo frágil e importante dentro de la ciudad, campo que ha decido, ya no “darle voz a los que no tienen voz”, sino darse voz a sí mismo. Pienso que este estímulo alejado de la tradición que lo ha constituido y a la cual muchos han contribuido, no podrá sobrevivir en un espacio cualquiera, improvisado. El tema del traslado de la Galería Santa Fe lleva años en discusión y no ha producido una sola propuesta en concreto. ¿Qué adelantos entregó la Fundación Gilberto Álzate Avendaño al Idartes? ¿Cuáles fueron las razones que impidieron que este estímulo creciera? ¿Por qué no se pudo financiar por lo menos otras cuatro iniciativas adicionales a las ocho actuales? Nadie sabe ni lo sabremos. A nadie le importa. Parece que los recursos fiscales del estado sólo sirvieron para mantener una nómina con su respetiva clientela. Parece también que muchos son los que ahora esperan hacer parte de la clientela en la cual se “legitimará” el nuevo Idartes. Mientras unos piden participar equitativamente de los recursos, otros se entregan a las lisonjas para poder sorberse los recursos de los demás.
Jaime Iregui y Guillermo Villamizar han puesto sobre la mesa algunos de los problemas que están desdibujando las artes plásticas y visuales en el Distrito Capital. Poco a poco, los artistas están quedándose por fuera de la ciudad. Carecen de un lugar porque no han logrado constituirse como un cuerpo político que haga presión efectiva sobre la burocracia institucionalizada que diseña políticas culturales para garantizar prioritariamente su propia sobrevivencia. Los problemas que Jaime y Guillermo nos han planteado se constituyen en el primer insumo para construir una agenda propia para comenzar un diálogo con las instituciones que tienen el deber de administrar los recursos que el Estado destina a la promoción del pensamiento artístico. Sí: debe haber diálogo con las instituciones que administran nuestros recursos. Pero la agenda debe ser concertada, no impuesta por los administradores de turno que convocan a los artistas para comunicarles sus decisiones. Guillermo ha evidenciado el problema con claridad: parece que no existe un campo del arte en Bogotá, porque los bogotanos solemos “tirar cada uno por su lado”.
La conclusión entre Jaime y Guillermo parece ser la siguiente: nos urge crear un campo en el cual los artistas puedan constituir una voz legítima que se alce en medio de la catástrofe ad portas. No se trata de que fulanito, sutanito o menganito tomen la vocería de un campo inexistente, un campo que, con esta característica, se administra con facilidad, y por ello mismo, se corrompe rápidamente. Bienvenidos los cambios realizados para la administración de nuestros recursos, pero debemos tener siempre presente que estos recursos le pertenecen a los artistas y que, por lo tanto, deben ser objeto de vigilancia; su inversión debe contar con nuestro consentimiento. Estos recursos no deben ir a parar a los bolsillos de las clientelas tradicionales que en el pasado se han denunciado y que son las responsables del desdibujamiento del arte como opción de pensamiento libre en Bogotá. Estas clientelas son las que han hecho del arte un lucrativo negocio privado con dineros fiscales, que ni siquiera favorece a los artistas que manipulan.
El punto más importante que se ha tocado en esta conversación entre Jaime y Guillermo, consiste en la responsabilidad que tienen los artistas que lograron hacer una carrera, que tienen, digo, para con los jóvenes. Son muchos los artistas que actualmente se gradúan en las universidades y que una vez graduados no pueden hacer nada porque no existe un campo del arte en el cual moverse con igualdad de oportunidades. También las universidades son responsables a este respecto, son ellas las que actúan con mayor irresponsabilidad. Y no son universidades cualesquiera: Los Andes, La Nacional, La Distrital, La Tadeo, La Javeriana, son universidades de prestigio moral y cuentan con profesores de arte que no han contribuido a conformar un campo del arte desde la academia. Su interés por la educación en muchos casos es sólo un interés económico: también en la academia “cada uno tira por su lado”. Sólo que en la academia es más reprobable, porque se engaña impunemente a los jóvenes acerca de las posibilidades de su futuro.
A diferencia de Jaime, pienso que la conformación del campo del arte en Bogotá debe tener líderes “naturales”, sin que esto impida que muchas voces puedan manifestarse. Digo “naturales” por su responsabilidad social, en este orden: 1) La academia. 2) Los nominados y los ganadores del premio Luis Caballero. 3) Los maestros con carreras pedagógicas meritorias, responsables con el futuro de sus estudiantes. 4) Los espacios virtuales que se han abierto en Internet y que han dado origen a la expresión afortunada de Jaime Iregui: “activismo digital”. Con respecto a este último liderazgo, pienso que debe dársele cuerpo y la legitimidad que le preocupa con razón a Guillermo Villamizar.
De las ideas que planteó Jaime Iregui, pienso que la mejor es la que tiene que ver con la activación del Pabellón de la Independencia. Se puede convocar a la academia, a los estudiantes, a los maestros pedagogos, a los artistas no mercantilizados, ya sea en algún campus universitario o en la Media Torta del Parque de la Independencia. Con un único propósito: construir una agenda propia para dialogar con aquellos que administran insatisfactoriamente nuestros recursos.