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Grito en el vacío de Camilo Restrepo en el Luis Caballero

Camilo Restrepo ha inaugurado la sexta versión del premio Luis Caballero, todavía en la Galería Santa Fe de Bogotá.

El artista antioqueño se identifica como fotógrafo, como un artista que escuchó el llamado de su vocación años después de graduarse como ingeniero. Esto no nos sorprende pues la historia del arte cuenta con múltiples ejemplos similares, mucho menos en el horizonte del arte contemporáneo, cuyas prácticas se involucraron en otros juegos de pensamiento y de lenguaje, en el momento en que los artistas  denostaron su autonomía.

Restrepo presenta a la ciudadanía bogotana una historia sencilla que a los estetas con seguridad les parecerá repugnante o truculenta. Figuritas en el suelo es el nombre de esta iniciativa. La imagen ha sido tomada de un escenario marginal del cual sabemos poco los colombianos y las colombianas, porque a los medios masivos de exposición universal sólo les interesa la violación de los derechos humanos en aquellas instituciones que son contrarias a la filosofía del capital. El escenario del cual proviene Figuritas en el suelo es  la vida carcelaria. En las cárceles, los presos inhalan un producto químico que los bogotanos conocemos como Boxer y los antioqueños como Sacol. La inhalación se realiza en bolsas plásticas  o directamente de los recipientes en que es envasada.  Las inhalaciones ponen a volar la imaginación de los retenidos. Los presos denominan a esta alucinación Figuritas en el suelo. No obstante, la narración de Restrepo no consiste en una historia de presos. Es acerca de otro grupo infrahumano que comparte con los presos el mismo hábito de inhalación, su mismo destino infame: los niños de la calle de Medellín: “niños sacoleros” los llama Víctor Gaviria.

La historia de estos niños sale al encuentro del artista en un sector de Medellín conocido como Prado Centro. Durante las primeras horas de la mañana, allí podían verse   una multiplicidad de bolsas negras con huellas de la práctica de inhalación que realizan los “niños sacoleros”. Debido a que el alcalde de Medellín prohibió la venta del Sacol a los indigentes, la sustancia se convirtió en objeto de tráfico. Los jibaros, cuenta Restrepo, distribuyen la sustancia en estas bolsas, curiosamente de color negro, el color de Allan McCollun. Restrepo se vale de la fotografía para dibujar  la historia de los “niños sacoleros”, de estas Figuritas en suelo. Recogió una multiplicidad de estas bolsas, unas por su propia cuenta, otras, la mayoría, las recogió alguien contratado para recolectar la evidencia incriminatoria  de una ciudad bella y próspera como Medellín.

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Estos son los datos de la iniciativa plástica de Camilo Restrepo para esta versión del premio Luis Caballero. Digo plástica porque a pesar de la historia truculenta,  las imágenes que elabora el artista impactan la sensibilidad por su esmerado trabajo formal. La forma plástica moduló  la historia que asedió al artista, con buenos resultados. Cada una de las bolsas fue fotografiada a manera de indicio de un crimen y dispuesta en la Galería mediante un formato pequeño, el mismo tamaño de las bolsas. Estas marcas indiciales cuentan la historia de una manera enigmática, se convierten en signos que los ciudadanos y ciudadanas deben leer a lo largo del sector oriental de la Galería. 760 fotografías pensadas, enmarcadas e instaladas  a la manera de Allan McCollun, se despliegan mediante ocho series horizontales que atraviesan completamente  el muro occidental de la Galería. Las series de fotografías despliegan las diferencias de cada uno de los niños que protagonizan esta historia de  oprobio, aunque hábilmente abstraída en los índices de un nuevo nivel que crea e introduce el artista para que nosotros podamos ingresar a ese mundo. Por supuesto, los espectadores no tenemos acceso al primer nivel, a la huella que dejó impresa el marginado en cada una de las bolsas reportadas. Hacen parte del expediente que el artista le ha levantado a Medellín y a Colombia.

 

 

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Como corresponde al concepto de índice, en la instalación no encontramos un solo elemento repetido, la instalación fotográfica constituye un sistema de diferencias, así  nos parezca que consiste sólo en un juego de reflejos al infinito  o de transformaciones como las que elabora McCollun. La iniciativa de Restrepo se diferencia de los proyectos de McCollun en que éste está interesado en la historia de la heráldica y de la simbólica, mientras que Restrepo llega a algo más carnal: le interesa captar la huella de los cuerpos oprobiados. Mientras McCollun está inmerso en la tradición universal de la simbólica, Restrepo piensa lo concreto, lo particular. Si no fuera así, la iniciativa del artista antioqueño no sería más que un bello pastiche comercial, a pesar de que trabajó la fotografía de manera esmerada y concibió su montaje como una instalación.

 

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A su instalación fotográfica, Restrepo contrapone una instalación tridimensional compuesta por máquinas que inhalan y exhalan el último aliento de un alma en pena. La instalación es un grito retenido por el dibujo del artista. Con su sencillez morfológica, las máquinas evocan naves espaciales deambulando en el vacío inhóspito abierto en la Galería por el grito de los “niños sacoleros”. La metáfora logra su propósito. De una manera sencilla logra evocar en el espectador lo que piensa el artista. Formalmente, es lo mejor del trabajo de Restrepo para el Luis Caballero. Las fotografías impactan visualmente, pero no logran librarse de la sombra mediática de  McCollun. Al contrario, las maquinitas que configuran el grito,  se desplazan en un campo masivo construido con  cables finos; la línea de este dibujo se mueve con plena libertad en el vacío de sentido de nuestra época. La instalación es un dibujo tridimensional de gran interés visual. Restrepo dibuja el gesto del niño en el momento de inhalar el Sacol o el Boxer. El gesto se convierte grito en manos del artista. El dibujo es tan sugestivo que muchos experienciamos la necesidad de extender  la línea del dibujo de la instalación a todo lo largo de la Galería. Restrepo fue moderado, tímido diría yo. Su moderación lo mantuvo a prudente distancia de una situación que, de no haberse mantenido, los críticos de la etnografía simplona en el arte contemporáneo, no hubieran perdonado.

Tengo entendido que ésta es la primera instalación tridimensional de Restrepo. A pesar de su poca experiencia con trabajos para un lugar específico, logró intervenir con éxito la Galería. Una mirada superficial puede pensar que la muestra plástica fue instalada de una manera convencional, o que el uso del espacio se realizó canónicamente, a la manera del cubo blanco. Quizá así lo concibió, pero afortunadamente no le salieron las cosas. Las maquinitas voladoras de Restrepo generan un sonido peculiar que crea una atmósfera de vida que quizá el artista no previó en su iniciativa plástica. El azar siempre juega a favor del artista, sí y sólo sí se lo reconoce como origen de todo lo bueno que tiene este mundo.

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La intervención de la Galería no corre por cuenta de la fotografía, tampoco el dibujo tridimensional logra conmover el espacio. El sonido es el que lo interviene e interpela, salvando al artista de los críticos de arte que bien pueden pensar que el artista dejó la Galería intacta. Restrepo hizo más. Le dio vida. El trabajo de Restrepo no es etnografía, pues, cuenta una historia desde una distancia estética que lo mantiene a salvo de los efectos de este mundo oprobiado. Alguien puede pensar socarronamente, que el artista no está a salvo, que sólo está cómodo en la distancia que proporciona la estética.

Esta versión del premio Luis Caballero comenzó bien. El primer artista nominado cumplió con la ciudad y sus ciudadanos. Con seguridad este año tendremos un Luis Caballero muy reñido.
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POSDATA ADMINISTRATIVA

Los artistas están cumpliendo pero la Galería Santa Fe está al garete. Tres meses después de haber sido creado el flamante Instituto de las Artes, no tiene coordinación. El responsable de este espacio tiene la responsabilidad de divulgar sus actividades, en especial las que genera el premio Luis Caballero, sin duda el estímulo más importante a las/los artistas colombianos.

Hace ocho días visité el Instituto con la ilusión de entrevistarme con el gerente de Artes Plásticas y no puede encontrarlo. Nadie sabía nada. A cambio encontré oficinas repletas de funcionarios que no saben en qué oficina están ni qué deben hacer. Ojalá que los exiguos recursos provenientes de los contribuyentes de Bogotá,  destinados a las/los artistas plásticos no sean devorados por el clientelismo; ojalá que, en pocos meses, tampoco estemos anhelando en las Otras Esferas regresar a GuateMALA. Pero esto es pensar con el deseo. La realidad bogotana es bestial y siempre es posible una sorpresa en contra del interés creativo de la ciudad. El régimen burocrático no cree en sus artistas, sólo los usa.

Fotografías y video de Ricardo Muñoz.

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